En 1926, durante once
días interminables y misteriosos, la escritora Agatha Christie desapareció como
lo podría haber hecho cualquiera de sus personajes. Nadie sabía dónde estaba,
ni cuál era su estado. Sólo se encontró su coche vacío en una carretera vecinal
y se barajaba incluso la posibilidad de que hubiese sido víctima de un
asesinato. Más tarde, se supo que, airada por la proposición de divorcio de su
marido, huyó de su casa cogiendo el coche y entrando en una tendencia paranoide
que le provocó una cierta amnesia. Sí, aún le amaba. Hasta ahí los hechos
verificados y ciertos. A partir de ahí, los guionistas Kathleen Tynan y Arthur
Hopcraft (responsable del guión televisivo de la serie Calderero, soldado, sastre y espía) elucubraron con la ficción para
dar una respuesta a lo que pasó durante esos once días. Quizá había un
periodista americano que soñaba con hacer una completa entrevista a la más
afamada escritora de misterio de todos los tiempos. Quizá, ante la ausencia de
ella, se puso a investigar como un perro de presa acerca de lo que había
ocurrido realmente. Tal vez la respuesta estaba justo en medio de la campiña
inglesa. E, incluso, es posible que el tal periodista acabara conociendo a la
que, a la postre, era la amante del marido de Agatha Christie.
Lo cierto es que una
mujer se siente engañada por la propia vida y, prácticamente, no puede
aceptarlo. Ella tiene éxito y una mente privilegiada y sabe que las personas no
están hechas de una sola pieza. Ha indagado en los rincones más oscuros del
alma, ideando asesinatos imposibles e insolubles que siempre desenlazaban en
una explicación razonable a cargo de alguno de sus héroes o heroínas. Sin
embargo, esto es distinto. El amor, regalado a pesar de todo, debería poder todo.
Y también tendría que obligarse a convencer a su marido de que no estará más a
gusto con nadie. Ella estaría ahí, como siempre, con sus renglones y sus
atenciones, con sus asesinatos y sus pasiones, con su éxito que sólo tiene
sentido si tiene a alguien con quien compartirlo. Su relamido marido, en
realidad, sólo es un petimetre arrogante que cree que merece otra cosa. Puede
que ella también empiece a pensarlo con los aires sanos de un retiro del mundo
y la perseverancia detectivesca de un hombre que la admira profundamente.
Michael Apted dirigió con minuciosidad esta historia ambientada en los años veinte y con la ayuda de un fantástico Vittorio Storaro en la fotografía. Enfrente de la cámara, Dustin Hoffman y Vanessa Redgrave conocen el oficio y prestan sus rostros y sus voces a un laberinto de pasiones y misterios que, a ratos, decae un poco, pero que, en otros, acaba por ser tremendamente original y razonable. Al fin y al cabo, si una mujer desaparece sin dejar rastro es porque ella quiere que sea así, por mucho que ande con su corazón herido, por más que se quiera disfrazar de locura transitoria. Ellas y sólo ellas poseen todas las respuestas.
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