Hay
algunas personas que están dispuestas a darlo todo con tal de que la conciencia
colectiva se remueva y plantar la simiente de una rebelión. Especialmente si se
trata de salir de una dictadura en la que se vende un remanso de paz y
prosperidad cuando, en realidad, se están extrayendo todos los recursos
naturales hasta dejar al planeta exhausto y estéril. Es la resistencia pensada
hasta el más mínimo detalle. Sin posturas, ni recompensas. Sólo la promesa, no
muy firme, de una futura libertad. Es sólo provocar una explosión con la
esperanza de que se desencadene una reacción. Hace falta mucha capacidad de
sacrificio para eso. Tanta que la mentira tiene que parecer verdad. Tanta que
la cooperación tiene que despojarse de su disfraz en la zona de exclusión.
Así que, del lodo de
una invasión extraterrestre, hay una parte de la Humanidad que se acomoda, se
adapta y colabora. Y otra parte, muy pequeña, decide resistir. Más allá de la
razón y de la propaganda que intenta convencer de que los nuevos legisladores
son seres más sabios, más ponderados y más cuidadosos que los tradicionales e
inútiles dirigentes autóctonos. Quizá porque la mente del hombre piensa en otra
frecuencia, o puede que sea porque, en algún lugar del interior de la raza
humana, no se soporta la imposición por la fuerza. Sí, porque la Humanidad, al
fin y al cabo, se ha rendido. Ha preferido contemporizar y ayudar en el engaño
y la sociedad, esa misma que siempre busca la estabilidad aunque algunos estén
empeñados en negarla, ha decidido creerse todo, tragar con todo y, además,
callar. Y ya se sabe. Pecar con el silencio cuando se debería protestar,
convierte a los hombres en cobardes.
Resulta algo penoso
comprobar que esta película contiene un buen puñado de ideas interesantes y,
sin embargo, la dirección de Rupert Wyatt resulta torpe, con un uso insistente
y fútil de la cámara en hombro y de una obsesión por acercarse un paso más de
lo necesario para narrarlo todo. Con el fin de que las piezas encajen con una cierta
capacidad de sorpresa, hay saltos argumentales que el espectador debe rellenar
a toda prisa para que el conjunto no pierda sentido. Por otro lado, hay que
destacar la creación que realiza John Goodman en la piel de ese comisario
serio, inteligente y pensativo que trata de mantener la autoridad humana por
encima de la alienígena con ideas de fondo. Y se llega a creer que, en manos de
otro director más competente, la película sería muchísimo más acertada, más
clara y con una visión más nítida de lo que debe ser una secuencia de acción
con acentos de terror.
Y es que no resulta fácil sobrevivir en un mundo sojuzgado por una raza que utiliza la fuerza desmedida para mantener las bocas cerradas y el pensamiento distraído. Grandes celebraciones de culto a los líderes, encuestas casi inquisitoriales para el informe de exterminio de la cabeza visible de la oposición, torturas ordenadas para que los soldados de campo confiesen sus delitos, deportaciones extraplanetarias para eliminar cualquier foco de futuros levantamientos. De alguna forma, esos alienígenas que han invadido la Tierra para sorber hasta la última gota de su alma no son tan diferentes de estos otros que gobiernan con cierta arbitrariedad a golpe de decreto y ocurrencia. Mientras tanto, el pueblo guarda silencio y se une en cánticos de gloria y aleluya porque, ingenuamente, son de la opinión de que es mejor la paz bajo el yugo dictatorial que la rebelión por lo que realmente merece la pena. Otros, dejan que todo explote para que, aunque sea por un instante, se tenga la impresión de que se puede vencer a lo imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario