martes, 13 de octubre de 2020

SALVAJE Y PELIGROSA (1972), de Brian G. Hutton

 

Quizá no haya nada más letal que una mujer defendiendo su propio territorio. La amenaza de perder a su marido por culpa del amor espolea todo el carácter que se puede llevar dentro aunque la propia moral no sea precisamente un punto fuerte. La rabia se desboca y se acude a todo tipo de trucos para intentar dejar las cosas como están. Londres, en los setenta, era alegre y muy liberal y este matrimonio, sin duda, lo es. Pero el amor es otra cosa. Ya no son camisas floreadas y aventuras de una noche, no. Su marido, su compañero, su lecho de lágrimas y de gritos, su cama caliente después de una noche de sábanas ajenas amenaza con irse. Y eso no se puede consentir. Menos aún si es porque se ha enamorado de su amante. Hasta ahí se puede llegar. La furia de una mujer está mucho más allá de lo que cualquier hombre se puede imaginar. Y, desde luego, el señor Robert Blakeley lo va a comprobar.

Se puede ser superficial y primitiva, pero no se va a aguantar lo intolerable. Tal vez porque en el fondo de ese corazón indómito había algo de amor guardado bajo siete llaves. Y los señores de Blakeley, reconozcámoslo, son un par de ratas que no se han guardado ni un minuto de fidelidad. Ella es agresiva, terrible, iracunda, inaguantable. Él es conquistador sin apenas proponérselo, pero posee un aire de cinismo y de lejanía porque no puede seguir yendo a ninguna parte con una fiera a bordo. En las cuatro paredes de su hogar, se sucederán los gritos, los reproches, los insultos, las heridas…Durante algo más de una hora y media, el infierno se desatará en esa casa. Y no tiene importancia que se mezcle en la pelea a la amante en cuestión. Ella misma se dará cuenta de que asistir a ese drama es agotador en todos los sentidos, y es posible que no consiga mantener su calma y su atractivo.

Ésta es una película pequeña, eminentemente teatral, con un extraordinario esfuerzo interpretativo de Elizabeth Taylor en la piel de esa mujer desterrada de todas partes y que hace una última tentativa de conservar lo que considera suyo. A su lado, Michael Caine, siempre atinado, más impregnado de un tono menor y sugestivo, pero no exento de carácter, también dispuesto a hacer daño más allá del límite. La tercera en discordia es Susannah York, en un extraño papel al que, quizá, no sabe dar suficiente pimienta. La sal está en la discusión, sí, como si aquella Martha de Virginia Woolf hubiera salido del túnel y tuviera un marido diferente. La destrucción es la contraseña y todo va a ser una batalla sin cuartel. En ese tipo de guerra, nadie suele ganar.

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