viernes, 23 de octubre de 2020

EL HOMBRE ROMPECABEZAS (1983), de Terence Young

 

 El plan es tan sencillo que causa vértigo. Se trata de pedirle a un desertor de los servicios secretos británicos que regrese para conseguir una documentación esencial para los rusos. Por supuesto, no puede hacerlo con la misma cara. Habrá que pasar por el quirófano y cambiarle la fisonomía. El tipo es listo y sabrá arreglárselas. Sólo que Moscú no ha pensado en algo muy simple. El traidor piensa que, si consigue la ansiada documentación, es posible que los rusos no necesiten más de sus servicios así que, como buen experto, va a intentar que se libre una guerra al margen de él mismo. Así nadie sabrá a ciencia cierta para quién trabaja, hasta es posible que se vuelva indispensable para los dos bandos. Se trata, sencillamente, de armar un buen rompecabezas en el que sólo falte una pieza. Y esa pieza es él mismo.

El espionaje es el punto central de esta trama. Y hay que andar muy atento. Porque nadie es quien dice ser y las piezas tiene que encajarlas el propio espectador. El final quizá sea algo previsible, pero aún así funciona. Y, en el fondo, todo parece ser una sarcástica charada de sonrisa escéptica. No es fácil de digerir. Muchos opinan que esto es una historia sin gracia, con los actores cansados y el ingenio en fuga, pero hay que fijarse bien y volver a verla para darse cuenta de que hay algo más detrás de todo esto. Con los nombres de Michael Caine y de Laurence Olivier se espera que el espíritu de La huella se adueñe de la trama y la sorpresa y el misterio sean las señas de identidad. Nada de eso. Estamos en el mismo universo de las historias de John Le Carré con un toque de ironía desencantada. Mucho diálogo, mucha inteligencia soterrada, mucho juego de máscaras y es obligatorio andar con ojo avizor, no sea que nos la cuelen por la escuadra. Al fin y al cabo, eso es lo que intentan todos los servicios de inteligencia. Retarlos, para un solo hombre, no es tarea demasiado fácil.

Fingir la muerte, cambiar el físico, jugar a los agentes dobles y coger uno de los lados a conveniencia y según la situación, tratar de amasar una buena cantidad de dinero para disfrutar de la vida en algún rincón olvidado del mundo…son muchas pistas para un solo circo en el que yacen los acentos simulados, documentos secretos y traiciones a la vuelta de gabardina. La lista de nombres será la búsqueda misma del tesoro. Quizá el tiempo ha dejado algo de mella en esa desabrida dirección de Terence Young o en ese guión que no acaba de creerse a sí mismo, pero no es excusa para dejar pasar una película que, pensada en frío, es mejor de lo que parece. Algo así como ese espía protagonista que cambia sus facciones y decide que lo justo debe de estar por encima de todo.

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