“Era
el verano de 1948, y yo necesitaba dinero. Después de ir de aquí para allá
durante todo el día, estaba de vuelta en el bar de Joppy intentando imaginar
dónde iría a pedir trabajo a la mañana siguiente. Los periódicos sólo hablaban
de las últimas elecciones municipales, como si realmente los políticos fueran a
cambiar la vida de alguien. Mi vida cambió realmente cuando perdí mi trabajo
tres semanas atrás”.
Ezequiel Easy Rawlins ha vuelto del Ejército y no
sabe qué hacer así que trabajar como detective privado no es una mala opción.
Un tipo quiere que encuentre a una chica blanca que, con toda seguridad, se
esconde entre los negros. Y Easy
Rawlins sabe moverse entre esa gente como nadie. La política se mezcla, los
bajos fondos siguen siendo bajos y Rawlins va a tener que moverse como en las
trincheras. Esquivando balazos, golpes por debajo de la cintura y un buen
montón de trucos para despistarle.
Claro que Easy Rawlins tiene ayuda. Es ese hombre
que nunca falla cuando lo necesitas. Y es expeditivo, brutal, sin conciencia.
Es Mouse y tiene un sentido del humor
algo particular. Digamos que es un arma con patas. No se lo piensa dos veces si
hay que apretar el gatillo y le da igual si al otro lado del cañón hay un
blanco, un negro, un rojo o un ámbar. Él primero dispara y luego pregunta.
Así que ahí estamos, en
pleno Los Ángeles, repleta de colores cálidos y tramas escondidas bajo la
aparente tranquilidad que parece respirarse al regreso de los campos de batalla
europeos. La perspectiva nunca deja de ser negra, y, además, eso es bastante
nuevo. A través de las investigaciones de Easy,
nos adentramos en la certeza de que son exactamente iguales que otros, con sus
mismas grandezas y sus mismas miserias y con su propia personalidad como raza.
No en vano, el hecho de que ese hombre blanco contratara a Easy es porque éste puede llegar a donde ningún blanco puede
llegar.
Denzel Washington, como
es habitual en él, realiza un trabajo fantástico en la piel de Easy Rawlins, protagonista de una serie
de novelas de Walter Mosley que no puede tener otro rostro más que el del
actor. A su lado, unos espléndidos secundarios. Ahí están Don Cheadle como el
desconcertante e inesperado Mouse,
Tom Sizemore, Jennifer Beals o Albert Hall, todos ellos muy eficaces en esos
personajes que se mueven por la cálida costa Oeste de los Estados Unidos,
hurgando en demasiadas suciedades, despreciando a la misma muerte y montando un
lío que sólo un tipo decidido e inteligente puede desenredar.
Acomódense. Dejen sonar ese jazz sincopado que envuelve todo el ambiente. Sorpréndase porque lo que parece fácil se torna irremediablemente difícil. Hay un par de giros interesantes en las pesquisas de Easy y una sospecha apenas intuida de que hay algo muy sucio en todo el asunto. También se puede encontrar mucha calidad en las imágenes y en la historia y no cabe duda de que, cuanto más ladeen el sombrero, más desapercibidos pasarán para ese rompecabezas de difícil solución. Pónganse al lado de Easy Rawlins si les gusta lo negro. No se arrepentirán.
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