Tal vez haya que
disfrazarse y esconderse bajo toneladas de maquillaje para mostrarse como uno
es en realidad. Lon Chaney fue un actor que estuvo marcado desde pequeño por el
fantasma de la genética debido a que sus padres eran sordomudos. Y, como no
podía ser menos, fue una estrella de cine de terror de la época silenciosa.
Componía magistralmente unos personajes imposibles desde el lado físico y
trataba de comunicar todo lo que podía sin palabras. Era un experto en todo
ello. Temió tener hijos porque podían ser también sordomudos y arrastraba el
tormento del saberse, en su interior, como un monstruo que traspasara una tara
genética a sus descendientes. Y actuó. Actuó mucho. Con una mímica corporal
impresionante, enseñando deformaciones físicas y mentales, tratando de
exorcizar los demonios que le perseguían. Y murió con el cine sonoro,
irónicamente, con un cáncer en la garganta, impidiéndole hablar.
James Cagney, más
conocido por otras interpretaciones, realiza un maravilloso trabajo dando vida
al actor. Incluso cuando se entierra en maquillajes monstruosos, aún vemos al
intérprete transmitiendo un buen puñado de sensaciones y sentimientos, siempre
perdidos tras la máscara de la estrella. Aunque la historia tiene sus
fantasías, como el modo en el que fallece Lon Chaney o la algo infantil
secuencia en la que presenta a su primera esposa a sus padres, podemos
acercarnos al personaje con sinceridad y cierta fascinación. A su lado, la
siempre brillante Dorothy Malone, la estupenda Jane Greer o al más tarde
célebre productor Robert Evans dando vida al mismísimo Irving Thalberg. La
fotografía en blanco y negro de Russell Metty es, simplemente, perfecta. Hay
muchas razones para no dejar pasar este biopic
sobre un actor que ya casi nadie recuerda.
Y es que habría que
traer de nuevo a la memoria a ese fenómeno de la Naturaleza que aterrorizó a
muchos en películas como El fantasma de
la Ópera o El jorobado de Notre Dame,
con una vida que, en muchas ocasiones, se acercaba con demasiada veracidad
hacia el melodrama, acompañándole en su trayectoria desde el vodevil al cine,
con renuncias terribles y éxitos extraordinarios. El aprendizaje del lenguaje
de signos, la creación de almas torturadas para el cine que no se hallaban tan
lejos del propio actor, el retiro a un lugar tranquilo antes que al ruidoso y falso
Hollywood y la certeza de que ese lugar era un sitio donde trabajar y no un
estilo de vida, están presentes a lo largo de todo el largometraje, que nos
acerca a un hombre con mil caras en el cine y que todas ellas tenían algo de la
única y verdadera que él poseía.
No hay que volver la vista ante tantos monstruos. Hay que interesarse por el alma que yace en todos ellos. Tal vez, la película no se detiene demasiado en la recreación de escenas míticas del cine de terror porque prefiere centrarse en la vida siempre zarandeada de una leyenda y es una decisión discutible, pero Cagney nos adentra en todo lo que es capaz de hacer un maravilloso actor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario