Cuando alguien impide
que se alcance la felicidad, la mente humana comienza a urdir planes secretos
para salvar cualquier obstáculo. Son demasiados años encerrado en una mansión,
pendiente de los deseos de dos hermanas, para comenzar a pensar en uno mismo.
Quizá esa chica sea la indicada, quizá haya un futuro en el que no tenga que
compartir espacio, vida y deseos con las dos solteronas que se han creado un
mundo a su medido en el que Harry Quincey es la pieza fundamental. Así que,
cuando una de ellas, comienza a vislumbrar que Harry puede empezar a volar por
sí solo, es cuando la conspiración se hace presente en los lúgubres rincones
repletos de olor a moho de su hogar. En el fondo, lo hace por el bien del
propio Harry. Las relaciones son siempre efímeras y, está segura, la inmadurez
de su hermano conseguirá que el sufrimiento empiece a aparecer en su apacible
vida. Sin embargo, sólo es un intento de evitar el cataclismo que supone perder
al hombre de la casa, al que se ha preocupado por todo, al que ha proporcionado
seguridad y estabilidad. No es una cuestión de dinero. Es una cuestión moral y
egoísta, sólo que esto último ella no lo sabe ver.
Harry, por otro lado,
siempre ha sido muy tímido. No deja de ser increíble que haya trabado amistad
con esa intrusa que se lo quiere llevar. Tampoco desea ver la maldad de sus
hermanas aunque una de ellas tan sólo se deja arrastrar por la arrolladora
personalidad de la otra. Harry siempre ha hecho lo debido, sin salirse ni un
ápice de los márgenes de su obligación. Y ya tiene una edad como pensar en sí
mismo, como para deshacerse de los lazos de sangre y de los cariños desmedidos
y agobiantes. Quiere vivir y amar y eso siempre tiene un precio. No obstante,
no es que Harry sea tímido, es que se guarda lo que siente y su hermana no lo
tiene en cuenta. Y siempre se ha sentido oprimido, apenas realizado, encerrado
y ninguneado. Quiere ser libre.
Con un buen cúmulo de tópicos, Robert Siodmak dirigió esta espléndida película psicológica, con la colaboración de un George Sanders extraordinario, que sabe esconder magistralmente la colisión frontal de todos sus sentimientos y que se sumerge en esa pesadilla que cada vez se enreda más, oscurece las relaciones familiares hasta límites insospechados y produce una certera y terrible sensación de angustia. A veces, al ver esta película, se puede desear que todo sea un mal sueño que viaja por la mente del protagonista a velocidad de vértigo, escapando al control de los acontecimientos para adentrarse en el caos de las decisiones. Espléndida, climática y sorprendente, Siodmak hace un regalo para la percepción y siembra la historia de detalles para que el espectador no se pierda en el laberinto de emociones que se pone en juego mientras la inquina y el asesinato parece perfilarse en cualquiera de sus sombras. Es incomprensible que esté tan olvidada como cualquier pesadilla que ha hecho presa en todas nuestras frustraciones.
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