martes, 17 de noviembre de 2020

I COMO ÍCARO (1979), de Henri Verneuil

 

Imaginemos por un momento que John Kennedy no hubiera sido estadounidense. Podría ser, por ejemplo, francés. Y haber llegado igualmente a Presidente de la República. Esta película fabula con esa posibilidad y su interés estriba en rodear el magnicidio que acabó con su vida con un buen puñado de condicionantes de origen europeo. Todo empieza porque alguien influyente y de cierta posición en la jerarquía del poder, niega las conclusiones de la comisión de investigación que señala a un solo hombre como autor del asesinato del Presidente Jarry. La teoría del asesino solitario arroja bastantes dudas en la inteligencia del procurador y fiscal Henri Volney y comienza a escarbar en los espacios vacíos, en las contradicciones, en las verdades a medias e, incluso, en las que parecen completas. Los problemas no tardan en aparecer. Nadie tiene la intención de bucear demasiado en la búsqueda de una conspiración para acabar con Jarry. Sin embargo, poco a poco, las piezas van encajando y el resultado es un mosaico completamente diferente al de las conclusiones de la investigación. Fríamente, sin emociones. Hasta se utiliza un experimento psicológico para sostener la nueva conclusión de Volney. Y se va a necesitar de la inteligencia de todos los que se atrevan a ver esta película.

Henri Verneuil dirigió con acertada sobriedad cada uno de los pasos que da este procurador escéptico y se pone a la altura de los mejores directores americanos con la colaboración de un actor profundo y creíble como Yves Montand. De forma incomprensible, esta película ha caído en el ostracismo más doloroso. Nadie se acuerda de ella y nadie la revisa. Y es excelente, repleta de detalles de calidad, hecha con sentido y ritmo y con un final que te deja petrificado. De camino, se repasa con vitriolo las relaciones entre gobierno y sociedad y sobre la conformista moralidad de la indiferencia. No hay teorías exactas, sólo nuevas estructuras. Lo suficiente como para que el fascismo que existe en toda sociedad se mueva, sienta y reaccione. Tanto como para hacer que todo estalle en mil pedazos mientras vemos cómo la verdad se derrumba a cámara lenta.

Y es que no deja de trasmitirse la idea de que en un estado perfecto, no todo es de color de rosa. Las luchas por el poder se retuercen por debajo de la superficie y más vale enterrar la verdad que sacarla a la luz, porque el pueblo no la va a entender. Sería demasiado fuerte que el gobierno, los servicios secretos y el crimen organizado hubiesen llegado a un acuerdo para acabar con el máximo mandatario de un país. Sólo alguien investido de responsabilidad, coraje, iniciativa y convicciones morales puede hurgar en tanta suciedad junta. La música de Morricone nos va guiando a través de los callejones de la infamia y resulta casi tan intrigante como la propia trama. No es fácil dejarse llevar por las razones de la violencia. Y, no obstante, la masa se deja manipular porque obedecerá sin oponer apenas resistencia si se le guía por caminos de miedo. Tal vez, no resulta complicado instaurar un nuevo orden sin que ni siquiera se den cuenta. 

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