martes, 3 de noviembre de 2020

SAQUEO EN LA CIUDAD (1967), de Alain Cavalier

 

De vez en cuando, de forma un tanto incomprensible, el cine esconde joyas que han sido condenadas al olvido cuando merecerían estar en todas las filmotecas. Una de ellas es Saqueo en la ciudad, de Alain Cavalier, basada en una novela de Donald Westlake y que resulta ser la descripción de un atraco absolutamente perfecto de un modo estremecedor. Todo está cuidadosamente planeado para hacerse con el control de una pequeña ciudad de los Alpes y asaltar una fábrica, un banco, el supermercado y las tiendas en una sola noche. El plan se urde en la mente de un resentido contable que, para llevarlo a cabo, contrata a un ladrón profesional para que no haya ningún cabo suelto. Cavalier, lejos de poner al frente del reparto a estrellas del cine francés, coloca rostros familiares, pero no de primera línea, en aras de favorecer un realismo muy preciso, con largas secuencias, técnicamente perfectas. Es el arma ideal para recoger las andanzas de doce hombres que, a modo de comando, toma una ciudad con premeditación y alevosía y de forma totalmente pacífica.

Todo debe empezar con las iniciales de los nombres. E para Edgar. Vital. Eso va a ser fundamental para que alguien con el oído muy fino comience a identificar a los ladrones. En realidad, son unos tipos meticulosos, que saben hacer muy bien su trabajo, simpáticos en su mayoría. En el fondo, hacen tan bien su trabajo que se desea que tengan éxito. Y no va a ser fácil. La noche es corta y hay mucho por hacer. Hay que moverse rápido y no dejar ningún resquicio a la improvisación. Sólo un par de cosas se pueden torcer. Una de ellas va a ser la amistad de la vida normal. Esa misma de la que quieren huir los ladrones. La originalidad y el ritmo no dejan de estar presentes durante todo el asunto. Más que nada porque lo inesperado puede ser un arma. Y el detalle es puro documento. Tal vez por todas esas razones ya nadie ve esta película. Ha caído en el mismo olvido en el que quieren sumergirse sus protagonistas cuando acaben su trabajo. Y no deja de ser rematadamente injusto. Es como abrir una caja fuerte con minuciosidad. Es como dar un golpe en varios sitios a la vez mientras los vecinos duermen plácidamente el sueño de los vencidos. Todo está pensado y, sin embargo, algo puede escaparse. Puede que la vida anterior al atraco ¿quién sabe?

Es necesario correr para huir de la quema. No todos llegarán a su destino, pero el riesgo es algo inherente a un oficio que, tal vez, no compensa demasiado. Ni siquiera desde el cerebro de un contable que quiere tener tantos billetes como ceros ha impreso en los libros. La noche es vieja y todo desaparece porque la voz no se puede esconder. Tampoco el resentimiento. Ni siquiera el fracaso. Es hora de disfrutar.

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