Las
brujas existen y lo peor de todo es que no son demasiado fáciles de
identificar. Tienen una apariencia más o menos aceptable y vemos varias todos
los días, aunque, tal vez, no sepamos que lo sean. Siempre están trazando
planes para hacerse con el control y uno de ellos puede que sea deshacerse de
todos los niños del mundo. Sin embargo, son un poco estúpidas porque ignoran
que es posible que lo previsto se vuelva en su contra. Eso sí, son malas
perdedoras y hay que contar con su revuelta. Quizá haya que ser ratón para
vencerlas.
Si hay brujas en este
mundo, por fuerza, debe haber hadas madrinas. Y esas son mucho más fáciles de
saber quiénes son. El amor, al fin y al cabo, es la fuerza más poderosa del
universo y, siendo niños, se posee una mirada especial que las sitúa sin
ninguna duda en nuestro entorno. Se deshacen en cariño, en cuidados, en
advertencias que, a menudo, nos pueden parecer reiteradas e innecesarias, pero
que ellas saben que son imprescindibles. Así que no hay nada como hacerlas caso
porque puede que el mundo se acomode a nuestra forma de ser y, de esa forma,
conseguir la felicidad que, sin duda, será breve, pero también será fulgurante.
Hay algo que falta en
esta versión del famoso cuento de Roald Dahl con dirección de Robert Zemeckis y
producción de Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón. Puede que hayan extraviado
un poco el encanto y que la irregularidad sea constante a lo largo de la
película. Además, también se echa de menos que los caracteres generados por
gráficos de ordenador estén mejor descritos, con más detalles, porque falta
encanto, cariño por unos personajes que pretenden ser simpáticos y son algo anodinos.
No cabe duda de que la mejor parte se la lleva esa enorme actriz que es Octavia
Spencer y que Anne Hathaway se despacha a gusto en el histrionismo y el exceso.
La comparación con la primera versión de Nicolas Roeg, La maldición de las brujas, es ociosa porque aquí se apuesta por la
espectacularidad y lo evidente, mientras que allí todo era más austero, más
casero y, tal vez por ello, con bastante más hechizo.
Así que no hay que
dejarse engañar por estas brujas que obedecen ciegamente a su amada líder y
establecen un plan que no llega a ninguna parte desde el primer momento. Los
interludios de aventura están resueltos con premura cuando Zemeckis cuenta con
medios y un apoyo incondicional en la excelente banda sonora de Alan Silvestri.
Y es que no cabe duda de que los cuentos de Roald Dahl estaban llenos de horror
y ternura porque eran capaces de producir algo de miedo y, al mismo tiempo,
salir con una sonrisa de su lectura. Y, en realidad, aquí no se sale ni con una
cosa, ni con la otra. Será cuestión de buscar a una bruja de verdad y
preguntarle su opinión.
Los largos brazos de la maldad llegan a todas partes y es posible que más valga ser ratón en un mundo que no está hecho para niños. La fábula de la propia aceptación se torna aquí un mero juguete que no emociona, ni crea empatía. Sólo deseas absorber lo entrañable de los que te quieren de verdad y darte cuenta de que, en realidad, nada merece la pena si no están ellos. Hay que encerrar las malas intenciones y dejarlas a merced de las fauces de las fieras que, en determinado momento, también pueden prestar un buen servicio. Mientras tanto, no olviden mirar a su alrededor y reconocer a las brujas que esconden tras su espesa capa de maquillaje su sonrisa infernal. Yo, de momento, ya puedo asegurar quiénes son un par de ellas.
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