miércoles, 18 de noviembre de 2020

TERROR CIEGO (1971), de Richard Fleischer

 

Moverse en la eterna oscuridad cuando la muerte se halla alrededor es un ejercicio de equilibrio muy difícil de mantener. El silencio envuelve cada gesto, como sirviendo de telón para el horror que está ahí inmóvil, inerte, acechante e innombrable. En una circunstancia así, más vale ser ciega y no darse de bruces con la realidad. Todo es una trampa en la que no se cae porque falta un sentido. Todo es un sinsentido que no se hace notar porque la ceguera es piadosa. Y para entenderlo todo, es necesario, en ocasiones, experimentar la misma oscuridad que Sarah, que parece que, de alguna manera, pasea entre los muertos escondida en una dulce ignorancia.

Es mejor no ver la maldad. Al fin y al cabo, también se puede descubrir que los olvidos pueden ser letales. La seguridad se evapora. El cariño se desvanece. Ahora se trata de sobrevivir aunque parezca una tarea reservada sólo para gigantes. Es hora de que Sarah salga de su autocompasión, de su ensimismamiento de la desgracia para hacer frente a todo lo que se le viene encima. La muerte se ha instalado en su casa de campo, allí donde ha pasado tantas horas felices en su juventud y también donde pudo encontrar lo más parecido al amor. Ahora es necesario defenderse, luchar, ir hacia adelante y demostrarse a sí misma que las capacidades se llevan en el corazón.

Terror ciego es una excelente película de miedo, dirigida por Richard Fleischer, dosificador del pánico, amalgamador de la tensión, que nos transporta a lo evidente que permanece invisible a los ojos. Con elementos sencillos, Mia Farrow se mueve por esa finca campestre que se convierte en una trampa llena de cadáveres, estación final para superar el trauma de su pérdida de visión. Por el camino, se asiste al horror, a la indescriptible sensación de que algo terrible puede estar justo a tu lado sin apenas darte cuenta. Y también a la sensación de que el coraje de una mujer puede sobreponerse a todo cuando las imágenes se hacen claras en su interior y cuando se trata de sacar lo mejor de sí mismas. Fleischer articula, con muy pocos elementos, una película que no debería caer en la indiferencia de quien no sabe ver.

Quizá todo termine de modo demasiado abrupto y queden un par de explicaciones por el camino, pero esta no es la historia de un asedio, sino la de una supervivencia. Deudora de Sola en la oscuridad, de Terence Young, pero con elementos muy distintos, ésta es una historia de sensaciones, de presentimientos, de superaciones y de maldades sin demasiadas razones. Sarah es un personaje en plena evolución, trasladándose del dolor hacia la luz sin ver nada por el camino. Y en ese sendero hay cosas que recuerdan al infierno. No importa. Ella ya ha estado allí. Y aunque sufra por todo lo que ocurre, puede enfrentarse al deseo de la muerte. El terror es ciego, sí. No repara en quién tortura. Y, a veces, también, se equivoca.

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