viernes, 1 de octubre de 2021

LA BARRERA INVISIBLE (1947), de Elia Kazan

 

Todo cambia cuando se yergue la barrera invisible con una palabra mágica. El prestigio, la convivencia, la consideración no valen nada en una sociedad tan enferma que no puede saber la verdad. El racismo inconsciente se mueve, late y se manifiesta a cada momento cuando alguien les hace saber que es judío. Y es algo increíble. Estados Unidos fue uno de los contendientes más fundamentales en la Segunda Guerra Mundial y colaboró decisivamente en la derrota nazi. Y ahora, con la paz, de una forma terriblemente endogámica, no hace más que poner obstáculos a cualquiera que se confiese judío. Ese es el objetivo de un prestigioso escritor que ha sido contratado por un poderoso periódico para escribir una serie de artículos sobre el antisemitismo. Para probarlo de primera mano, dirá a todos que, en realidad, él es judío. Y la actitud de la gente, de una forma refleja y temible, cambia radicalmente. Ya no es ese escritor de prestigio. Ya no tiene un sitio en un lugar de la élite. Ya no es americano de pura cepa.

La película, lejos de ser una obra maestra, se pierde en algunos agujeros sin resolución y pasa de ser un apasionante estudio de investigación racial a un melodrama que se aleja un tanto de la pasión. Aún así, es valiente, arriesgada y necesaria porque puso un espejo delante de todos y preguntó abiertamente si, de verdad, podríamos decir que ninguno de nosotros es racista y que no tiene nada en contra del que es diferente, simplemente, por nacimiento. Y la historia no se acobarda cuando pone de manifiesto que el Holocausto ya se conoce, que todo el mundo está informado, que se ha luchado por muchas cosas, pero que una de ellas fue la matanza de los judíos de toda Europa. También es cierto que, en algún momento, la trama se pierde en referencias de política interior que no es familiar para el espectador no estadounidense, pero no hay que dejarse llevar por ello. Son los mismos de siempre, pero con otros nombres. Cualquier pueblo que ha vivido en democracia sabe cuál es el pulso de la política y hacia dónde decae.

Habría que destacar el excelente trabajo de Gregory Peck, que interioriza su papel de forma admirable, dejando que el dolor se amontone en el alma y no en la carne. Por fuera, ese escritor-periodista no parece afectado por los golpes impresionantes del rechazo y la marginación, pero hay suficiente sabiduría en su interpretación como para sentir que sí está sufriendo, que no comprende por qué aún no se han curado esos prejuicios y que incluso su entorno más cercano cambia su actitud cuando les cuenta su falsa condición. Al otro lado de la cámara, Elia Kazan resulta incisivo y algo menos contemplativo que en otras ocasiones, con una clara vocación de denuncia aunque tratando de recargar las conciencias con otras cuestiones más propias del melodrama que de la protesta.

El consentimiento de los caballeros es una rígida condición para ser aceptado en sociedad. El poder de las líneas escritas desde la experiencia es el primer paso para que el rigor sea un arma definitiva contra las injusticias y los prejuicios. Siempre desde la objetividad. Siempre desde la serenidad.

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