La soledad en la cima
puede ser utilizada de maneras muy diversas. El ex presidente Beaufort pasa sus
días en el campo, intentando acabar alguno de sus libros de filosofía o, tal
vez, dar rienda suelta a sus recuerdos en unas inacabables memorias. Uno de sus
sueños cuando se dedicaba a la política, era crear una unión política europea,
pero esa iniciativa no tuvo ningún apoyo entre sus colegas. La inteligencia, a
pesar de la edad, no le ha abandonado y la relación con uno de sus oponentes, Chalamont,
ha sido difícil porque, a pesar de que era un hombre competente, se oponía con
frecuencia a su idea de Francia. Beaufort era uno de esos oradores que siempre
tenía la palabra justa en el momento adecuado. Un político que ya no existe. De
alguna manera, él siempre trató de unir su idealismo con la realidad, algo que,
normalmente, no se empareja con demasiada facilidad. Ha sido un hombre al que
siempre le gustaron los riesgos y, quizá, eso es precisamente lo que le llevó a
ocupar el lugar más alto. La salud ya está huyendo de su cuerpo y, quizá, haya
tiempo para un último discurso, unas últimas palabras que calen con profundidad
en la gente que espera, al fin y al cabo, que los dirigentes de un país
solucionen muchos de sus problemas.
Beaufort sólo estuvo
casado durante diez años, pero mantuvo un romance de cuarenta años con su
amante, y ésta no fue otra que Francia. Chalamont estuvo a punto de descarrilar
la recuperación del país después de la Segunda Guerra Mundial. Quizá haya que
pensarse los legados que se dejan antes de que la salud termine por irse. Beaufort
ha visto de todo a través de tantos años entre los pasillos del poder. La
dificultad de que un continente que ha optado siempre por la guerra llegue a un
entendimiento, la inexistente moral de muchos políticos que tratan de esconder
detrás de un discurso vacío y estúpido, tomando a los ciudadanos por bobos sin
dirección, la especulación salvaje que se da en los escaños de la Asamblea
Nacional con el único fin de mantenerse en las entrañas de la clase
dirigente…La venganza, en realidad, siempre es un plato que se sirve frío y,
allí, en la campiña, el ex presidente Beaufort tramará su resonante venganza.
Quizá sea algo efímero, que perdure durante unos pocos días, pero será
recordado como el último acto de un hombre que siempre se preocupó, de verdad,
por su país.
Jean Gabin realiza un
papel gigantesco en esta película basada en una novela de Georges Simenon, pero
aquí no hay más misterios que la propia astucia política y el llamamiento moral
a preocuparse de verdad por los problemas de una nación. Y se puede hacer, a
pesar de la cantidad de intereses que forcejean en direcciones contrarias,
desde la integridad. Ejercer la oposición cuando es necesario, no por defender
posiciones ideológicas que sólo buscan propaganda. Estar de acuerdo cuando se
trata de unir criterios, trabajar juntos, remar en la misma dirección. Tal vez,
vivimos tiempos en los que hombres como Beaufort ya no existen, ya no están, y
ni siquiera se les espera.
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