Tengo que contestar a
un puñado de preguntas estúpidas y sólo quiero que me dejen en paz al lado de
un buen vaso de whisky y un poco de jazz. Sin quererlo, he acabado trabajando
para los Servicios Secretos británicos y no dudaré en traicionarlos si el
precio eres tú. Prefiero la libertad de la persona que amo antes que participar
en el supuesto juego de ajedrez que se trae el mundo occidental con la apertura
de la Unión Soviética. El objeto de la operación está muerto. Nada me ata a mi
patria porque, sencillamente, mi patria eres tú, Katya. En ti están todas las
letras que nunca se han escrito, todos los cariños que he ido ahogando en
alcohol durante tantos años, todas las veces que he mirado por la ventana en
Lisboa tratando de encontrar algún sentido a mi vida. Sí, siempre he huido de
la autoridad, de la imposición, de la apelación a los sentimientos más
trasnochados porque prefería buscar las respuestas en el fondo de un vaso antes
que vender mi integridad y poner en juego la vida de nadie. Y mucho menos la
tuya. Tú, Katya, eres mi melodía, mi improvisación, mi destino y mi traición.
En el frío de Moscú,
conseguiste que te quisiera cada vez que me asomaba a tus ojos, haciéndome que
me preguntara cómo podía existir alguien como tú. Alguien que hacía, de la
timidez, una virtud; de una mirada, una obra de arte; de unas palabras
susurradas con un acento suave, un poema. Trataré de escribir uno para ti,
Katya, porque la vida ya no tiene ninguna rima si tú no estás. Me sumergiré en
tus cariños y en tu gratitud para que la mentira tenga todas las razones. Seré
una parte inseparable de ti, una prolongación, un complemento para que tu vida
pueda ser, al menos, soportable. Te espero aquí, en el otro lado, como el
beneficio de una negociación imposible, como el producto del espionaje que
nunca debió ocurrir y, desde luego, no utilizarme para sus ocultos propósitos.
Y al infierno con los que creyeron en mí y, sobre todo, con los americanos.
Ellos no quieren ser más que los marionetistas que manejan los hilos de una
intriga que sólo existe en las pizarras de los inductores. Al infierno, al
infierno con todos ellos. Traicionarles por ti será la decisión más fácil de
toda mi vida.
El abrazo no será suficiente recompensa aunque, tal vez, puede que sea uno de los momentos más felices que podré disfrutar. A partir de ese momento, todos los días serán unas cuantas notas de saxo soprano lanzadas al aire para que también sean libres. El whisky puede que ya sea un compañero del que no me pueda separar, pero tendrá otro sabor más saciante. Mis libros, en el fondo, serán un acto de amor. Y, después de todo, tú serás el horizonte de mis años, mi respiración, el calor en mi frío y el reflejo de una nación que se graba, a cada instante, en mi recuerdo. Será allí, lejos de la casa Rusia.
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