viernes, 12 de abril de 2024

ARIZONA BABY (1987), de Joel Coen

Jennifer Arizona ha tenido quintillizos. Si se le roba uno, ni siquiera lo va a notar. Sobre todo, si quien lo hace es una pareja de enamorados a los que se les ha comunicado que no van a poder tener descendencia. La maquinaria burocrática también les ha fallado porque, aunque ella es policía, él es un delincuente entrullado en varias ocasiones. Eso sí, es un tipo de buena fe que nunca quiere hacer daño a nadie. Incluso vacía de balas el cargador cuando pega un palo, así no hay asalto a mano armada. Todo un detalle. En cualquier caso, ser padre no es nada fácil y, por supuesto, luego aparecen los amigos, que parecen salidos de un agujero, para transmitir al niño las peores costumbres. Por si fuera poco, el padre del niño, Nathan Arizona Sr., ha contratado a una bestia que recuerda lejanamente a un tal Max Rockatansky para recuperar al bebé. Bueno, pues con todos estos elementos, los hermanos Coen montaron una película de dibujos de la Warner con Nicolas Cage, Holly Hunter y John Goodman en los papeles principales.

Sí, porque hay persecuciones imposibles, peleas creíbles, pero increíbles, gritos de histerismo desbocado salidos de bocas de delincuentes confesos, policías que dejan la placa porque no pueden ser madre, delincuentes que juran y perjuran que no van a volver a delinquir y el tema de los pañales acaba por ser un acicate para volver a hacerlo. Las carreteras de Arizona van a ser el escenario de idas y venidas mientras, no se preocupen, el bebé se lo pasa en grande porque, al fin y al cabo, le han regalado el mundo como juguete.

No hace falta decir que los Coen dirigen con enorme precisión, sabiendo en todo momento donde poner la cámara para que la película no se vuelva una sucesión de mamporrazos y de desquicies varios. Se agarran a la mesura para que los dibujos animados tengan sentido, perfilando los personajes al milímetro, apelando al buen corazón y a la ridiculez de algunas crueldades. Al final, como bien dice Porky, el amor es el motor que mueve el mundo y la imaginación vuela hasta la vejez, dejando claro que el deseo es libre y que puede llegar a donde quiera. Unos poetas estos chicos. Incluso cuando su objetivo es homenajear los modos y maneras de la Warner con sus desbocados dibujos.

No nos dejemos al niño. Cuidado con la comodidad de apoyarse en los techos de los coches, con las ilusiones que, de la noche a la mañana, se convierten en realidades cuando, en realidad, de la mañana a la noche, queda mucho por hacer. Lo sé, lo sé, esto es un galimatías, pero cuando se quiere algo de verdad, cuando se experimenta el amor por dentro, aunque esté bañado de humor, no se puede ser mala persona. Quizá esa sea la mejor forma de hacer que lo justo está bien hecho y que dentro de la sonrisa de un niño caen todas las carreteras, todas las caravanas, todos los gritos, todos los sufrimientos y todos, todos, todos los cariños. ¿Verdad, Junior?

 

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