Debido a una charla sobre "Cine y teatro" en Chiclana de la Frontera, mañana no habrá artículo. Para compensar, lo publicaré el lunes, día 29 de abril. El viernes, por supuesto, sí lo habrá. Mil disculpas.
Se
da a entender que un gobierno vira tanto hacia el fascismo que algunos estados
se levantan en contra del país para declarar una secesión con el apoyo del
ejército. Por supuesto, no faltan aquellos extremistas que no pierden la
ocasión para sacar sus armas, porque todo el mundo tiene unas cuantas,
enfundarse un uniforme de camuflaje y convertirse en ejecutores de todo aquel
que no sea sola y exclusivamente americano. En medio de todo ello, unos
periodistas tratan de sacar instantáneas de la muerte en plena acción. Con
disparos secos. Sin piedad. Sin ninguna apreciación por la vida de nadie. Es
ese momento en el que la muerte envía sus huestes.
Planteada más como un
homenaje a los reporteros de guerra que ponen en riesgo el pellejo con tal de
contar la verdad, algo a lo que, lamentablemente, nos estamos acostumbrando hoy
en día, Alex Garland dirige una película que no hace concesiones. Es dura, con
momentos realmente terribles aunque el espectador acompañe en todo momento a
esos periodistas que recorren una parte del país con tal de conseguir una
entrevista con un presidente de personalidad volátil y voluntad totalitaria.
Por el camino descubriremos a un redactor que trata de conservar la cordura
aunque tienda a ahogar sus miedos y su rabia en el alcohol, a una fotógrafa que
ya ha comprado el billete de vuelta y que está a punto de no aguantar más, a
una novata que sueña con cazar los instantes más impactantes y a un veterano de
las líneas que ya no puede correr y que está al borde del final. De fondo, un
país arrasado en el que se confunden quiénes son unos y otros y en el que la
vida tiene menos valor que una bala. Emboscadas con francotiradores, matanzas
indiscriminadas, batallas feroces, esquinas traicioneras…todo pasa por delante
de estos cuatro testigos que acabarán pagando la osadía de contar de forma muy
cara.
De paso, ya que estamos
revolcándonos en el fango, la película no deja de ser un recordatorio de la
obligación que tienen los periodistas con la verdad. Si ellos no la cuentan,
nadie la contará. Más allá de tendencias ideológicas, de ventas de líneas
vergonzosas, de intereses que escapan a los mortales comunes, los periodistas
deberían ser héroes de la sinceridad, sin perder la objetividad. Se juegan
mucho. Y muchos juegan con la credulidad y el deseo de las gentes perdidas en
situaciones extremas.
A destacar la
interpretación desencantada y amarga de Kirsten Dunst, que exhibe cicatrices
causadas por tanto horror en su mirada que se vuelve opaca desde el cristalino
azul de sus ojos. Garland, por otro lado, demuestra dos virtudes muy evidentes.
Una de ellas, fundamental en la película, es el impactante uso del sonido. La
otra es el aprovechamiento totalmente funcional y creíble que hace de los
recursos de los que dispone que, para algún que otro avezado, se notan algo
limitados. El conjunto es una historia que hace que salgamos de la sala
cabizbajos, con algunas imágenes repitiéndose para que no podamos olvidar lo
que está ocurriendo en distintas partes de este planeta al que llamamos hogar y
que estamos convirtiendo en el infierno.
Está muy lejos de ser una película fácil. Está muy cerca de rozarnos con disparos certeros desde algún lugar ignoto y oculto. Cuando la guerra cae cerca, no sabes de dónde viene la mordedura del diablo. Y, a veces, es mejor morir que arrastrarse para dar un testimonio de lo bajo que puede llegar a caer el ser humano.
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