Cuando el mundo se cae
por unas escaleras, el suicidio puede ser la única salida. Sin embargo, muy a
menudo, hay una mano que evita la última decisión. Dentro de Julie Kohler ya no
hay nada. No existe la piedad, ni la pena, ni el dolor, ni nada. Sólo hay sitio
para el resentimiento. Y como no puede morir, va a hacer que otros mueran. Los
responsables de su desgracia, del fin de su vida aunque ella no haya muerto.
Ellos no la conocen. Serán asesinatos sin ningún vínculo. Sin móvil aparente.
Sólo Julie sabe cuál es el elemento común en las víctimas. Y el espectador,
también. La muerte debe ser entregada con puntualidad, igual que ella la
recibió en unas escalinatas de iglesia, en el día que debió ser el más feliz de
su vida y se convirtió en el más horrible. Empleará todas las armas a su
alcance. Desde la seducción hasta la crueldad. Y, después de cada recado
cumplido, volverá a su máscara de hierro, a su inanidad de corazón, a su
incapacidad para sentir nada, porque nunca volverá a sentir igual. La cámara la
seguirá allá donde vaya. Allá donde los sentimientos se disfracen en todos y
cada uno de los rincones de su atormentada alma. Ya no hay vida. Ya no hay
esperanza. Ya no hay reinicio. Sólo final.
François Truffaut quiso
hacer su particular homenaje a Alfred Hitchcock con esta historia turbia y
desasosegante sobre una mujer que decide emprender una venganza sin paliativos
como forma de supervivencia. No dudó en adaptar un relato de Cornell Woolrich,
autor del que también partió Hitchcock para hacer La ventana indiscreta, contó de nuevo con la banda sonora de
Bernard Herrman para sumergirse aún más en el universo del maestro del suspense
y, en lugar de dar el protagonismo a una rubia de acero, se lo dio a la
maravillosa Jeanne Moreau, capaz de pasar a los más diversos registros según lo
requiera la ocasión de sangre y regresar de nuevo a esa especie de estado en el
que ni siente, ni padece. Años más tarde, Quentin Tarantino no tuvo ningún
reparo en homenajear, a su vez, a esta película con Kill Bill.
Y es que el dolor puede llegar a ser tremendamente poderoso porque la venganza es su némesis. O eso es lo que creen algunos. Puede que, consumados los planes, el dolor siga ahí y sea necesaria alguna decisión de más. No importa. El vestido blanco de novia de Julie se tiñó de negro por culpa de una cobarde conspiración de hombres que no destacaban precisamente por su inteligencia. Y esa es la principal arma para acabar con ellos. No crean, no son asesinos, ni nada de eso. Son personas normales, con sus familias, sus trabajos y su rutina hastiada. Quizá el descontento en todo ello es lo que les empuja a hacer algo que sólo se le ocurriría a alguien con un corto coeficiente intelectual. Al fin y al cabo… ¿qué es la vida ajena cuando en la propia no hay alicientes? Julie Kohler se encargará de dar una respuesta a todo eso.
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