Debido a los festivos con puente incluido, se cierra el blog hasta el martes, 7 de mayo. Id al cine. Y si os aburrís en casa, no olvidéis que ya podéis reservar mi libro "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" editado por RBA y que está en preventa en Amazon, El Corte Inglés, FNAC y Casa del Libro. Lanzamiento el 22 de mayo. Abrazos para todos. Y uno extra si lo compráis.
No
es la primera vez que el cine se ocupa de la profesión más peligrosa entre
todas las que emplea. Ahí están Hooper,
el increíble,
de Hal Needham y, sobre
todo, Profesión: El especialista, de
Richard Rush. En esta ocasión se trata de homenajear a todos esos hombres y
mujeres que ponen su cuerpo en las escenas de acción para que los héroes
parezcan más héroes. No importa demasiado que el argumento sea bastante
delirante y que, en algún que otro pasaje, el asunto se convierta en un circo
demasiado pasado de vueltas. Se trata de articular un espectáculo de acción con
dos intérpretes de categoría como Emily Blunt y Ryan Gosling.
El resultado es
divertido, un punto por debajo del entretenimiento y dos de la calidad. Hay
saltos, persecuciones, explosiones, caídas, peleas, fuegos, cámara lenta,
cristales rotos y coches destrozados, lo cual asegura un rato que se pasa en un
suspiro y medio. Gosling y Blunt son muy competentes y hacen frente a lo que se
venga encima, aunque sea un alud. La trama pretende, en algún momento, tener
apuntes de cine negro, pero se olvida rápidamente porque lo verdaderamente
importante es ver cuál es la siguiente pirueta mortal en un entuerto que no
deja de ser algo ingenuo. Habrá espectadores que lo pasen bien y otros que
saldrán con una sensación de una más. Y tan respetables unos como los otros.
Y es que entre tanto
fuego de artificio hay un sitio de honor para el romance, auténtica espoleta de
bomba, que actúa por debajo como si fuera el típico truco que el espectador
conoce y los protagonistas, no. Algún golpe de humor, para completar los
físicos, para que el paquete tenga su ligereza de peso. Ah, y que no se me
olvide. Hay secuencia tras los títulos de crédito. Fui el único en la sala que
sabe lo que realmente pasó con Tom Ryder, estrella que pone la cara, pero no el
peligro.
Hasta ahí se puede
leer. El resto es que son detalles, como los continuos homenajes a secuencias
míticas de especialistas, o el impresionante aspecto que exhibe Ryan Gosling
después de muchas horas de gimnasio en las que las pesas han sido compañeras
inseparables. Ya se sabe. En el fondo, el cine de hoy se nutre de todo esto.
Algo fácil, digerible, sin complicaciones, sin más cera que la que arde y con
esa supuesta originalidad que consiste en que los dobles de acción utilicen sus
habilidades como si fueran auténticos mamporreros de cualquier película en la
que intervienen. Al final, como no podía ser menos, son un ejército al que es
muy difícil de batir porque, si actúan coordinados, son los matones más
preparados del mundo del cine.
Por otro lado, Emily
Blunt está encantadora, además de excelente actriz, y el director David Leitch
lo sabe, porque acerca la cámara sin pudor y la retrata enamorándose de ella a
cada minuto, con esos ojos que parecen buscar respuestas y que tantos buenos
ratos dramáticos nos ha hecho pasar. En el tercer lugar del reparto, aparece
Aaron Taylor-Johnson, ya saben, el chico ese que han propagado a los cuatro
vientos como que tiene más de dos o tres papeletas para ser el nuevo Bond. Sólo
que aquí está en las antípodas de eso porque, hay que reconocerlo, tampoco es
un mal actor.
Así que, damas y caballeros, vamos a primera, hay que repetir la toma porque no ha habido suficientes vueltas de campana con el coche. Al igual que este artículo, que habría que hacerlo de nuevo para hacerlo más atractivo porque el negro que escribe en lugar del crítico titular lo ha hecho regular. Hay que poner más alma, chaval. Tú no eres el protagonista, así que empieza de nuevo y vamos a hacerlo todo desde el principio. Prevenidos.
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