“Amo
el este, oeste, norte y sur de ti”. Y es que París tiene
estas cosas, este no sé qué de seducción que resulta especialmente atractivo
para los que no lo han probado ni de lejos. Las burbujas de un champagne, la
embriaguez de la noche, el lujo de un hotel y el cariño de un tipo que bailaba
con alas en los pies. No se puede pedir más. Incluso cuando todo acaba y hay
que regresar a compartir una casa con otros dos núcleos familiares y se compone
algo realmente fresco como es un blues rojo para acabar montando una fiesta al
ritmo de rock and roll en el Ritz. Todo se desliza sobre el suelo en un baile
grácil y totalmente etéreo para encontrar el amor enfundado en unas medias de
seda. Siberia espera, caballeros y señora. Tal puede ser el final cuando
resulta que las tentaciones de París se convierten en razones para desertar.
Apúrense.
Uno de los últimos
musicales de Fred Astaire emparejándose de nuevo con quien fue su mejor
compañera de pasos, Cyd Charisse, para volver a contar la historia que ya se
conocía con Ninotchka, de Ernst
Lubitsch e, incluso, con la mediocre Faldas
de acero, de Ralph Thomas, con Bob Hope y Katharine Hepburn. En esta
ocasión, la novedad reside en las canciones de Cole Porter que, además, odiaba
la inclusión de The Ritz Roll and Rock
como número final porque era un ritmo que no le gustaba nada y que sólo
respondía a una moda que se alejaba mucho de sus melodías habituales. Sin
embargo, el resultado es encantador, con Astaire y Charisse paseando su amor
por París y ella realizando ese número excepcional que es Red Blues en el piso de Moscú. En la parte cómica, no hay que
olvidar la lección que imprimen los tres comisarios interpretados por Peter
Lorre, Jules Munshin y Joseph Buloff, encantados con el descubrimiento de vida
más allá del Berlín Oriental y abatidos con la posibilidad de regreso a Moscú.
La dirección de Rouben Mamoulian es relajada, sin pretensiones, sólo con la
intención de hacer un musical divertido sobre una historia conocida. Y así, de
alguna manera, nosotros también acabamos amando el este, el oeste, el norte y
el sur de ti.
Y es que quién no se ha sentido frustrado cuando se ofrece el mundo a alguien que parece que no quiere saber nada del amor y de sus catastróficas consecuencias. Si no se piensa en algo, simplemente no existe. Y es mejor no saber que otras cosas y otras formas de vivir existen. Un gimnasio se puede convertir en una maravillosa pista de baile con todos sus accesorios, unas piernas pueden transportarnos a lugares de ensueño y el buen gusto, se quiera o no, siempre atrae a todo el mundo cuando se liberan los prejuicios clasistas de la lucha de clases. Cariño, amor mío, el este, oeste, norte y sur de ti, voy para allá porque es donde quiero estar. En todos esos lugares, en todos esos centímetros de tu piel, en todos esos momentos que nunca tuvimos y soñamos tener. Si hay un cielo, terminaremos juntándonos a los pies de la Torre Eiffel.
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