martes, 16 de abril de 2024

LA BELLA DE MOSCÚ (1957), de Rouben Mamoulian

 

“Amo el este, oeste, norte y sur de ti”. Y es que París tiene estas cosas, este no sé qué de seducción que resulta especialmente atractivo para los que no lo han probado ni de lejos. Las burbujas de un champagne, la embriaguez de la noche, el lujo de un hotel y el cariño de un tipo que bailaba con alas en los pies. No se puede pedir más. Incluso cuando todo acaba y hay que regresar a compartir una casa con otros dos núcleos familiares y se compone algo realmente fresco como es un blues rojo para acabar montando una fiesta al ritmo de rock and roll en el Ritz. Todo se desliza sobre el suelo en un baile grácil y totalmente etéreo para encontrar el amor enfundado en unas medias de seda. Siberia espera, caballeros y señora. Tal puede ser el final cuando resulta que las tentaciones de París se convierten en razones para desertar. Apúrense.

Uno de los últimos musicales de Fred Astaire emparejándose de nuevo con quien fue su mejor compañera de pasos, Cyd Charisse, para volver a contar la historia que ya se conocía con Ninotchka, de Ernst Lubitsch e, incluso, con la mediocre Faldas de acero, de Ralph Thomas, con Bob Hope y Katharine Hepburn. En esta ocasión, la novedad reside en las canciones de Cole Porter que, además, odiaba la inclusión de The Ritz Roll and Rock como número final porque era un ritmo que no le gustaba nada y que sólo respondía a una moda que se alejaba mucho de sus melodías habituales. Sin embargo, el resultado es encantador, con Astaire y Charisse paseando su amor por París y ella realizando ese número excepcional que es Red Blues en el piso de Moscú. En la parte cómica, no hay que olvidar la lección que imprimen los tres comisarios interpretados por Peter Lorre, Jules Munshin y Joseph Buloff, encantados con el descubrimiento de vida más allá del Berlín Oriental y abatidos con la posibilidad de regreso a Moscú. La dirección de Rouben Mamoulian es relajada, sin pretensiones, sólo con la intención de hacer un musical divertido sobre una historia conocida. Y así, de alguna manera, nosotros también acabamos amando el este, el oeste, el norte y el sur de ti.

Y es que quién no se ha sentido frustrado cuando se ofrece el mundo a alguien que parece que no quiere saber nada del amor y de sus catastróficas consecuencias. Si no se piensa en algo, simplemente no existe. Y es mejor no saber que otras cosas y otras formas de vivir existen. Un gimnasio se puede convertir en una maravillosa pista de baile con todos sus accesorios, unas piernas pueden transportarnos a lugares de ensueño y el buen gusto, se quiera o no, siempre atrae a todo el mundo cuando se liberan los prejuicios clasistas de la lucha de clases. Cariño, amor mío, el este, oeste, norte y sur de ti, voy para allá porque es donde quiero estar. En todos esos lugares, en todos esos centímetros de tu piel, en todos esos momentos que nunca tuvimos y soñamos tener. Si hay un cielo, terminaremos juntándonos a los pies de la Torre Eiffel.

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