Las risas de los demás
pueden ser tan hirientes como un cubo de sangre derramado sobre la cabeza. Y, a
menudo, nadie es consciente de ello. Y eso sí que no es una cuestión de
libertad porque nadie tiene derecho a reírse de nada de lo que le pase a otro.
Carrie es una chica que sólo quiere ser considerada normal, aunque ella misma
sabe perfectamente que no lo es y no por lo que la gente piensa. Tiene
problemas en casa, con una madre desequilibrada, que se ha sentido maltratada
por los hombres y, aderezada con una iconografía religiosa fanática, se ha
decantado por echar la culpa de todos los males a los perversos machos que sólo
quieren una cosa de las chicas. Carrie sólo desea una vida tranquila, con
amigos y amigas, quizá algún amor si se presenta, quizá alguna alegría de vez
en cuando. No es ambiciosa. Sólo es tímida. Y, sin embargo, ella guarda dentro
de sí una serie de facultades que escapan a todo entendimiento. Si los
sembradores de burlas supieran lo que oculta en su interior, se reirían menos, se
cortarían un poco más, tendrían miedo.
La vida dentro de un
instituto siempre es dura. Los jóvenes están pendientes de lo que dirán los
demás, de las miradas, de los gestos, de las palabras mal dichas y, también, de
las bien dichas aunque sean muy escasas. Cualquier detalle puede ser objeto de
chanza. Un hilo de un pantalón, una lágrima no deseada, algo mal pronunciado,
una furtiva ojeada a alguien atractivo…Es la estupidez propia de una juventud
que se define a sí misma como errante y aventurera, inconsciente y temeraria,
tonta y fútil. Es el camino hacia la madurez, desde luego, pero es una etapa en
la que se puede hacer mucho daño porque las personalidades no están cerradas y
no hay escudos suficientes como para protegerse de la provocación y de la burla
más insidiosa. Aunque quizá los que no tienen escudos suficientes son los demás
si Carrie está dispuesta a demostrar lo que ella es y lo que ella vale.
Brian de Palma dirigió con un estilo muy propio de los setenta una de las mejores adaptaciones de Stephen King en su primera novela, con un reparto de jóvenes que estaban dispuestos a llegar muy alto en el cine de entonces y que consiguieron arrancar una serie de escalofríos con este muestrario de acosos escolares (algo bastante inherente a la literatura de King) que llegaba hasta la crueldad con la ignorancia como bandera porque, detrás de cada persona, siempre hay un conflicto. Carrie tiene el suyo y sabe utilizar la respuesta. Más vale no humillarla, ni agitar demasiado ese sentimiento de superioridad teñido de imbecilidad que muchos jóvenes, de entonces y de ahora, no han dejado de enseñar. La sangre va a correr. El fuego se va a extender. Y entonces ya no habrá risas. Habrá llantos. Ya no habrá complicidades tóxicas. Habrá muertes repentinas. Ya no habrá nada. Ni siquiera madres fanáticas reprimidas sexualmente y refugiadas a los pies de una cruz. Sólo la voluntad propia, que acabará por esconderse y salir sólo cuando Carrie lo desee.
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