jueves, 11 de abril de 2024

PEQUEÑAS CARTAS INDISCRETAS (2024), de Thea Sharrock

 

Es bastante común que, entre nosotros, personas aparentemente normales, llegue un momento en que nos pongamos de cara a un rincón y soltemos algunas maldiciones susurradas para desahogarnos de situaciones, frustraciones u odios. A ninguno se nos ocurriría escribir esos pensamientos casi reprimidos y mandarlos a distintos destinatarios para que las supuestas groserías que salen de nuestros corrompidos labios sean de dominio público. Esto es lo que pasa en una pequeña población inglesa que se ve violentamente sacudida por unas cartas anónimas que contienen letras que harían sonrojar a la más degenerada de las mentes.

Así que el pánico se extiende y todo porque a la principal destinataria se le ocurre, por mediación de su tiránico y estúpido progenitor, acudir a la policía para que se detenga al autor o autora de tales desmanes intolerables que, sin duda, es vecino de esa tranquila y aburrida villa en la que casi nunca ocurre nada. A partir de ahí, se destapan relaciones de toxicidad, miedos puritanos, tonterías a mansalva y, por supuesto, se desata la peor expresión de un machismo inmovilista con el que es muy difícil razonar.

Es una historia que destila cierta inteligencia a la hora del té. Sobre todo, por parte de la mujer-agente Moss, que, con un olfato envidiable, deja a sus compañeros y superiores temerosos de que una fémina les supere en raciocinio, a pesar de que son más cerriles que unas insípidas pastas de horno para acompañar el agua hervida con hierbas. Ya se sabe. Si se deja que una mujer coja la iniciativa, se pueden hacer temblar los cimientos del orden preestablecido. Y una sociedad tan endogámica y recogida como la británica no puede tolerar tales comportamientos.

La directora Thea Sharrock reúne varios méritos narrando esta trama que es casi increíble, pero que también es casi real. Uno de ellos es que ese argumento que podría ser el caldo de cultivo perfecto para articular un panfleto feminista lo convierte en algo nada forzado, bastante normal y, por lo tanto, perfectamente creíble. Para ello, cuenta con el espléndido trabajo de tres actrices como la desatada Jesse Buckley, la impresionantemente versátil Olivia Colman, capaz de visitar varios registros dentro del mismo personaje y hacerlos todos comprensibles, y Anjana Vasan en la piel de esa policía a la que se niega cualquier intento cuando está dotada del don de la observación complementado con una envidiable tendencia a la mejor deducción. Por el lado masculino, no hay ni un solo hombre que sea medianamente aceptable y Timothy Spall, que ya ha probado en varias ocasiones su maravilloso acierto, es el que más destaca, en la piel del pacato padre iracundo de Colman. El resultado es una película certera, con varios momentos de sonrisa, muy atinada en algunas reacciones y realizada con una sobriedad digna de elogio. Y con esto espero que les guste el pastel de patata que acabo de sacar del horno.

Siéntense y degusten el tranquilo y atinado paseo por la humedad de un ambiente irrespirable, sometido a unas reglas no escritas que, sin duda, había que cambiar. No olviden, por cierto, tomar su huevo pasado por agua porque, si no es así, serán incapaces de concentrarse en el problema. Atentos a la escritura y saquen sus propias conclusiones. Si suelen ir a ese rincón para soltar un puñado de insultos y palabras malsonantes, tengan cuidado, porque pueden cogerle el gusto y es posible que llegue un momento en que sea imposible parar. Más aún si alrededor hay unas cuantas muestras de bobos y bobas, que la tontería no entiende de sexos, que se guían por unos cuantos principios que bien merecerían ser finales. Si no son conscientes de ello, pueden incurrir en unos cuantos errores escritos con g de grave. 

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