Es
bastante común que, entre nosotros, personas aparentemente normales, llegue un
momento en que nos pongamos de cara a un rincón y soltemos algunas maldiciones
susurradas para desahogarnos de situaciones, frustraciones u odios. A ninguno
se nos ocurriría escribir esos pensamientos casi reprimidos y mandarlos a
distintos destinatarios para que las supuestas groserías que salen de nuestros
corrompidos labios sean de dominio público. Esto es lo que pasa en una pequeña
población inglesa que se ve violentamente sacudida por unas cartas anónimas que
contienen letras que harían sonrojar a la más degenerada de las mentes.
Así que el pánico se
extiende y todo porque a la principal destinataria se le ocurre, por mediación
de su tiránico y estúpido progenitor, acudir a la policía para que se detenga
al autor o autora de tales desmanes intolerables que, sin duda, es vecino de
esa tranquila y aburrida villa en la que casi nunca ocurre nada. A partir de
ahí, se destapan relaciones de toxicidad, miedos puritanos, tonterías a
mansalva y, por supuesto, se desata la peor expresión de un machismo
inmovilista con el que es muy difícil razonar.
Es una historia que
destila cierta inteligencia a la hora del té. Sobre todo, por parte de la
mujer-agente Moss, que, con un olfato envidiable, deja a sus compañeros y
superiores temerosos de que una fémina les supere en raciocinio, a pesar de que
son más cerriles que unas insípidas pastas de horno para acompañar el agua
hervida con hierbas. Ya se sabe. Si se deja que una mujer coja la iniciativa,
se pueden hacer temblar los cimientos del orden preestablecido. Y una sociedad
tan endogámica y recogida como la británica no puede tolerar tales
comportamientos.
La directora Thea
Sharrock reúne varios méritos narrando esta trama que es casi increíble, pero
que también es casi real. Uno de ellos es que ese argumento que podría ser el
caldo de cultivo perfecto para articular un panfleto feminista lo convierte en
algo nada forzado, bastante normal y, por lo tanto, perfectamente creíble. Para
ello, cuenta con el espléndido trabajo de tres actrices como la desatada Jesse
Buckley, la impresionantemente versátil Olivia Colman, capaz de visitar varios
registros dentro del mismo personaje y hacerlos todos comprensibles, y Anjana
Vasan en la piel de esa policía a la que se niega cualquier intento cuando está
dotada del don de la observación complementado con una envidiable tendencia a
la mejor deducción. Por el lado masculino, no hay ni un solo hombre que sea
medianamente aceptable y Timothy Spall, que ya ha probado en varias ocasiones
su maravilloso acierto, es el que más destaca, en la piel del pacato padre
iracundo de Colman. El resultado es una película certera, con varios momentos
de sonrisa, muy atinada en algunas reacciones y realizada con una sobriedad
digna de elogio. Y con esto espero que les guste el pastel de patata que acabo
de sacar del horno.
Siéntense y degusten el tranquilo y atinado paseo por la humedad de un ambiente irrespirable, sometido a unas reglas no escritas que, sin duda, había que cambiar. No olviden, por cierto, tomar su huevo pasado por agua porque, si no es así, serán incapaces de concentrarse en el problema. Atentos a la escritura y saquen sus propias conclusiones. Si suelen ir a ese rincón para soltar un puñado de insultos y palabras malsonantes, tengan cuidado, porque pueden cogerle el gusto y es posible que llegue un momento en que sea imposible parar. Más aún si alrededor hay unas cuantas muestras de bobos y bobas, que la tontería no entiende de sexos, que se guían por unos cuantos principios que bien merecerían ser finales. Si no son conscientes de ello, pueden incurrir en unos cuantos errores escritos con g de grave.
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