miércoles, 17 de abril de 2024

LA PRIMERA PROFECÍA (2024), de Arkasha Stevenson

Si no lo digo, reviento. Cincuenta años después de escucharlo por primera vez, aún me estremezco al escuchar las notas del Ave Satani, de Jerry Goldsmith, eso sí, convenientemente remasterizada. Esta sólo es una de las virtudes que adornan esta precuela de La profecía, de Richard Donner. Más allá de eso, se puede destacar el altísimo ritmo de inquietud que se imprime a esta historia que nos descubre la historia de la desconocida madre del niño Demian. Después del debido planteamiento, no hay escena en la que no haya algo enormemente turbador, o terriblemente tenso, o espantosamente temido. Y eso es muy difícil en una película de terror que no cae en los errores habituales del género en los últimos tiempos.

Y es que la conspiración para instalar el reino del Anticristo en los vivos arranca desde mucho antes de aquella decisión tomada por el embajador estadounidense en Roma de adoptar un niño recién nacido después de que su hijo natural se malograse…aunque, tal vez, no fue exactamente así. Es cierto que hay alguna que otra escena que no queda demasiado ajustada porque, con toda probabilidad, el montaje quiso añadir más precipitación, pero se perdona porque llega un momento en que, en la propia sala de cine, comienza a sentirse que la oscuridad posee personalidad propia. Se mueve, se siente y se llega a sentar al lado en la butaca contigua. También no es menos cierto que, al final, decae ligeramente, pero, aún así, mantiene el pánico presentido y que todo, de alguna manera, cuadra con lo que vimos hace cinco décadas. El Diablo se hizo carne y ya el miedo nunca volvió a ser lo mismo.

En esta ocasión, nos movemos por los turbios terrenos de la iglesia más rancia, deseosa de instalar los deseos del maligno a través de su propio mesías y que, además, aquello no se hizo realidad al primer intento. El Diablo, ya se sabe, se introduce en aquellas almas que más puras pueden ser. Y sus obras salen del mismo fuego y de la misma rabia contra Dios. En unos tiempos en los que la fe es un bien en desuso, la bestia campa por sus respetos. La primera víctima es la propia iglesia que, en su lado más oculto, acoge a todos aquellos que hacen de ella una cueva de maldad y de ignominia.

Curtida en mil batallas televisivas, la directora Arkasha Stevenson consigue una película llena de brío, con muchas ganas de contar y, para ello, se agarra con fuerza al esforzado y notable trabajo de Nell Tiger Free como la novicia que se traslada a Roma para tomar los hábitos definitivos y que se mueve temerosa por los rincones tenebrosos de una iglesia que ha perdido el centro de su fe y busca nuevas fórmulas para enganchar a un mundo descreído y turbulento, que está destruyendo sus valores a conciencia. Por supuesto, hay referencias conocidas y algún que otro personaje al que se explica con más paciencia que en su aparición en la película original. Stevenson no alcanza una historia redonda y sin fisuras, pero no cabe duda de que hay oficio y de que el intento, en una mirada general, es más que notable.

No está de más echarse un vistazo a las desventuras del Embajador Thorne, aquel personaje interpretado por Gregory Peck, antes de acercarse a ver este explicado y repleto de crispación capítulo primero de la venida del demonio al mundo. Quizá así se tenga una visión a vista de cancerbero de lo que son las puertas del infierno. Basta con hacerse preguntas ante lo inexplicable de algunos comportamientos y en no olvidar que el seis de junio, a las seis de la mañana, lo imposible se convierte en verdad absoluta. Como los quejidos de las voces en eco de los centenares de templos que adornan una ciudad como Roma. Si conseguimos separarlos, encontraremos que en uno de ellos se profiere el alarido que da comienzo a la era del caos.         

 

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