Will Graham es un buen
tipo. Debo reconocer que es más inteligente de lo que parece con su cara de
niño. Me cogió porque tuvo suerte, pero demostró que tenía seso antes de que
pudiera comérmelos. Es una pena. Ahora estoy aquí, en una celda. Acabo de
escribirle una carta mandándole recuerdos y espero la visita de una novata del
F.B.I. que quiere verme. Probablemente enviada por ese inútil que es Jack
Crawford. Puede que llegue a ser interesante y me distraiga de la mediocridad
que me produce el infausto doctor Chilton. El caso es que Will ha cogido al
Duende Dientudo. Bastó con que le diera un par de pistas para que estuviera
sobre él como un águila. Lástima que la jugada no me ha salido del todo bien
porque yo esperaba que el Duende Dientudo consumara mi venganza contra el bueno
de Will. Debería haber previsto que los que son deformes son inconstantes y de
poca confianza. Tal vez tendría que haberle hecho tragarse su propia lengua de
iluminado. El tipo creía que se estaba convirtiendo en un dragón. Hay locos en
este mundo.
A mí, mientras tanto,
me tienen en este hospital psiquiátrico especializado en asesinos en serie. No
se está tan mal. Incluso me dejan pasear encadenado media hora a la semana. Yo
sé que la clave está en la transformación y que sólo quien no ve al asesino
está seguro. El Duende Dientudo también lo sabe, pero aún no se ha dado cuenta.
Tiene miedo de sí mismo porque, hasta que no se convierta en dragón, no sabe
hasta dónde puede llegar, pero sí hasta dónde puede sufrir. Cometerá errores.
En este mundo, además de locos, hay demasiados chapuceros y ese tipo de la
deformidad, probablemente en la cara, es uno de ellos. Lástima, porque
prometía. Tanto complejo reprimido acaba por desembocar en rabia y perfección. No
hay nada como un buen plato exquisitamente cocinado para desahogar tanta
represión. Lo sé muy bien.
Mi mirada es fría, mi
gesto es de cobra, mi movimiento es suave y amenazador y Will Graham no parece
quedar impresionado, aunque está claro que sí tiene miedo. No me extraña, teniendo
en cuenta que le ataqué cuando menos lo esperaba. Sin embargo, ha cogido al
chico ése que se parece sospechosamente a Ralph Fiennes. Los locos siempre nos
parecemos a alguien. Dicen que yo soy como ese británico…Anthony Hopkins. Puede
ser. No es mal actor. Seguro que sus mejillas podrían tomarse como aperitivo
con un buen pernod. Lo cierto es que
esta vez estoy por debajo de mis posibilidades, pero dejen entrar a esa chica
del F.B.I. Estoy seguro de que ahí voy a dar mi auténtica talla… ¿Cómo se llama?
Ah, sí, Clarice Starling…me lo ha dicho el encantador doctor Chilton.
2 comentarios:
Sólo puedo decir que me ha encantado, bravo.
Gracias por tus palabras. Así se anima a seguir escribiendo. Un saludo.
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