jueves, 3 de junio de 2021

DESPIERTA LA FURIA (2021), de Guy Ritchie

H es un individuo que parece estar hecho de piedra. No se inmuta por nada, la calma es su credo y jamás dice una palabra más alta que otra. Lo cierto es que, en su interior, hierve el rencor porque le arrebataron, en una cruel jugada de un destino ladrón, lo que más quería y quiere ajustar las cuentas con quien quiera que haya sido. Y esos otros tipos también tenían sus razones para hacer lo que hicieron. Al fin y al cabo, él iba a hacer algo parecido. Destino sobre destino. Cartas sobre cartas. Apuestas perdidas bajo manos ganadoras.

Así que H va a llenar unos cuantos furgones blindados con su rencor y no va a tener piedad. Y, en esta ocasión, va a ser impío sobre impío y va a ganar. No va a permitir que nadie pueda tener un corazón más duro que el suyo. En ese trabajo de llevar y traer unos cuantos millones en la parte de atrás del furgón se va a rodear de una serie de tipos que también son bastante despreciables. Les mueve la rabia, la oportunidad, la ambición o la perspectiva. Eso importa poco. Tampoco merecen ni una mirada. H es capaz de disparar sin mirar. Son las balas las que matan y no las miradas. Todo va a obedecer a un plan establecido de antemano y va a arrancar el hígado, el bazo, los pulmones y el corazón. Sin miramientos. Sin más motivos que el rencor. Su rencor. Lo único que le queda para sentirse vivo.

H se las sabe todas porque, en el fondo, ha estado en todos los lados. Ha explorado los rincones del alma de los bajos fondos y de los malditos perdedores. Y, en su forma de actuar, de forma un tanto misteriosa, existe una cierta ética, una especie de deseo de recompensar al que sufre y castigar al que hace sufrir. Así que la guerra está declarada y es uno de esos guardianes que parece que está deseando sufrir un atraco. En eso, tiene mucho que decir aunque no lo haga con palabras. No tiene nada que perder y eso también lo ve muy claro. El día ya no tiene luz y la noche ya no posee la oscuridad. Sólo un cargador, una mirilla y un gatillo. Eso es todo lo que necesita.

Guy Ritchie se aleja un tanto de su estilo habitual de desenfadada perplejidad para narrar esta historia de venganza conservando, eso sí, una narración desfragmentada y una habilidad especial para las transiciones. Con los mejores títulos de crédito de la temporada y un inicio que sabe agarrarte por las solapas, Ritchie se pierde un tanto con el centro de la trama aunque luego retoma el rumbo con experiencia. Eso hace que el producto sea algo irregular en algunos tramos, pero no cabe duda de que hay vigor, algún detalle de cierta originalidad y todo acompañado de una potente banda sonora de Chris Bernsted. En papeles secundarios, a pesar de que su rostro ha ganado en carácter, Josh Hartnett sigue siendo tan mal actor como siempre ha sido y Scott Eastwood proyecta lejanamente la sombra de su padre en algunos gestos y miradas. Todo se queda en algo aceptable, sin fuegos de artificio, con sus espléndidas escenas de acción y su regusto amargo en el que parece que la venganza, una vez más, no ha sido suficiente.

Sacas de dinero a espuertas, explosivos para herir el blindaje, descargas furiosas de disparos cuidadosamente escogidos, sentimientos congelados para que no haya ningún signo de humanidad, tácticas militares para que el asalto sea rápido y limpio, promesas para acabar en el otro infierno de la nada, vestigios de compasión como última huella de la sensibilidad, miradas de muerte que siempre traerán un poco más de ira…H conseguirá que un error sea la mejor razón para desaparecer. Para todos. Y así no se volverá a hablar de él. 

                                                                                               

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