Dos policías investigan
un crimen y la testigo clave es el centro de toda la investigación. No es muy
normal que ambos se enamoren de ella. Un retrato de ella con un kimono rojo es
una pieza de convicción y el amor se entremezcla peligrosamente con el
asesinato. El sórdido mundo de los locales de striptease es el punto de partida
del caso. Y, de forma inesperada, a ratos estamos ante cine negro y melodrama
de pasión. De paso, Samuel Fuller nos sirve un muestrario del choque de
culturas entre Estados Unidos y Japón y la situación incómoda que se origina
por ello. Todo es muy inusual y muy deliberado. El misterio está servido y, sin
duda, está por encima de cualquier otra consideración. El amor estará bajo
sospecha. El asesinato será una historia de deseo.
Los personajes que pone
en juego el director rebelde están muy bien trazados. Glenn Corbett y James
Shigeta asumen con riesgo sus papeles y se produce una extraña mezcolanza de
camaradería y enfrentamiento que es creíble en todo momento. El duro es el
americano. El romántico es el japonés. Y el conflicto flota en un extraño aire
enrarecido a través de toda la investigación. El estilo vigoroso y rotundo de
Fuller se deja ver en cada secuencia y no se deja llevar por recursos fáciles
dando como resultado una película esencialmente honesta. E, incluso, hay un par
de instantes que llegan a ser memorables.
La observación llega a
ser un punto clave. El interés nunca se pierde, algo que hubiera sido
abrumadoramente fácil en manos de otro director. La conexión entre los
personajes es fuerte y complicada y, no cabe duda, la resolución del caso es un
poco más difícil cuando entran en juego los sentimientos personales. Por si
fuera poco, también hay un componente psicológico y sociológico que hace que la
película, aunque se encuadra por presupuesto dentro de la serie B, se eleve por
encima de la media y resulte apasionante de seguir. Al final, se queda una
agradable sensación de haber visto algo bueno, hecho con oficio y seguridad y
con la convicción de que lo más importante, quizá, no son los medios, sino el
talento que se pone en ellos.
En algún momento del tejido de una tela de araña, es sorprendente comprobar con quién se simpatiza, con quién se llega a estar porque, al fin y al cabo, la investigación sobre un crimen también tiene sus límites. La verdadera naturaleza del corazón sólo se descubre cuando la situación llega a la misma desesperación. La apariencia sólo es la cáscara y todo corre como un río debajo de las expresiones que, aún así, consiguen trasladar la idea de que la verdad no está en los rostros, sino en las entrañas. La inteligencia es una condición indispensable para acompañar a estos dos detectives en su camino hacia la justicia general y de sus propios sentimientos. Los celos también se pueden alojar en el tambor de un revólver y, cuando salen a relucir, no quedan demasiados antros en la ciudad a los que poder acudir. Hay que encararse con la autenticidad de lo que corre por el interior de las personas.
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