miércoles, 2 de junio de 2021

EL KIMONO ROJO (1959), de Samuel Fuller

 

Dos policías investigan un crimen y la testigo clave es el centro de toda la investigación. No es muy normal que ambos se enamoren de ella. Un retrato de ella con un kimono rojo es una pieza de convicción y el amor se entremezcla peligrosamente con el asesinato. El sórdido mundo de los locales de striptease es el punto de partida del caso. Y, de forma inesperada, a ratos estamos ante cine negro y melodrama de pasión. De paso, Samuel Fuller nos sirve un muestrario del choque de culturas entre Estados Unidos y Japón y la situación incómoda que se origina por ello. Todo es muy inusual y muy deliberado. El misterio está servido y, sin duda, está por encima de cualquier otra consideración. El amor estará bajo sospecha. El asesinato será una historia de deseo.

Los personajes que pone en juego el director rebelde están muy bien trazados. Glenn Corbett y James Shigeta asumen con riesgo sus papeles y se produce una extraña mezcolanza de camaradería y enfrentamiento que es creíble en todo momento. El duro es el americano. El romántico es el japonés. Y el conflicto flota en un extraño aire enrarecido a través de toda la investigación. El estilo vigoroso y rotundo de Fuller se deja ver en cada secuencia y no se deja llevar por recursos fáciles dando como resultado una película esencialmente honesta. E, incluso, hay un par de instantes que llegan a ser memorables.

La observación llega a ser un punto clave. El interés nunca se pierde, algo que hubiera sido abrumadoramente fácil en manos de otro director. La conexión entre los personajes es fuerte y complicada y, no cabe duda, la resolución del caso es un poco más difícil cuando entran en juego los sentimientos personales. Por si fuera poco, también hay un componente psicológico y sociológico que hace que la película, aunque se encuadra por presupuesto dentro de la serie B, se eleve por encima de la media y resulte apasionante de seguir. Al final, se queda una agradable sensación de haber visto algo bueno, hecho con oficio y seguridad y con la convicción de que lo más importante, quizá, no son los medios, sino el talento que se pone en ellos.

En algún momento del tejido de una tela de araña, es sorprendente comprobar con quién se simpatiza, con quién se llega a estar porque, al fin y al cabo, la investigación sobre un crimen también tiene sus límites. La verdadera naturaleza del corazón sólo se descubre cuando la situación llega a la misma desesperación. La apariencia sólo es la cáscara y todo corre como un río debajo de las expresiones que, aún así, consiguen trasladar la idea de que la verdad no está en los rostros, sino en las entrañas. La inteligencia es una condición indispensable para acompañar a estos dos detectives en su camino hacia la justicia general y de sus propios sentimientos. Los celos también se pueden alojar en el tambor de un revólver y, cuando salen a relucir, no quedan demasiados antros en la ciudad a los que poder acudir. Hay que encararse con la autenticidad de lo que corre por el interior de las personas.

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