Quizá haya momentos en
que, como niño, crees que todo se pone en contra. Tu padre murió y el tiempo ha
querido que pienses que lo hizo como un héroe. Tu madre es ligera de cascos y
hoy está con un tipo que no te gusta, y mañana estará con otro que, a buen
seguro, tampoco te gustará. Tu hermana se divierte martirizándote y sólo
quieres salir de ahí y hacer realidad alguno de tus sueños. Aunque sea
siguiendo unas huellas que no existen, aunque sea construir un sueño sobre otro
sueño. Y allí, en los rincones de un verano que se presenta aburrido y lento,
un hombre sin forma será el encargado de descubrirte al bardo de Stratford, de
saber cuánto cuesta cavar un hoyo de un metro cúbico y del valor de expresar en
un papel todos los sentimientos que tanto te cuesta mostrar.
En las líneas de las
redacciones, en los interminables párrafos de teatro y en los intrínsecos
significados de las habladurías de la gente, el niño hallará su rumbo y puede
que también algún sustitutivo para el padre que nunca estuvo. Los días se
sucederán con tedio e, incluso, puede que haya ganas de ir a ver a ese hombre
sin cara que ha sufrido demasiado cada vez que ha expuesto lo que siente. La
gente del pueblo hablará, y lo hará sin ninguna piedad, sin preocuparse por buscar
la verdad, sin ningún respeto por una intimidad que tergiversan con
maledicencias y semánticas ocultas. No hay segundas oportunidades para poder
vivir con tranquilidad, al lado de las olas, dejando que el dolor se asiente,
que las cicatrices echen raíces, que el olvido caiga sobre lo que se intentó.
Es encontrar un rostro al futuro ya que el propio acabó hecho cenizas.
Puede que El hombre sin rostro sea la película más
desconocida de la filmografía de Mel Gibson como director y también es posible
que sea una de las mejores. Aquí se puede vislumbrar a un hombre sensible, de
corazón cálido, desconfiado de la sociedad que siempre señala con el dedo antes
de disculpar con la razón, sabedor de que la educación es primordial para que
en el mundo no haya simples borregos que obedecen órdenes a ciegas, sino seres
humanos deseosos de aprender, de superarse y de alcanzar lo que sueñan. Es una
película pequeña, pero certera. Humilde, pero de sentimientos grandes. Íntima,
pero amplia de miras.
Y es que no hay nada como sentir la magia de la enseñanza, comprobar que hay una conexión especial con el alumno que ha conseguido entrar en la dinámica que propone el profesor. Es el esfuerzo de muchos que, a pesar de las dificultades, tratan de trazar el inicio de un camino para jóvenes que aún buscan su lugar en la vida. Y esas dificultades pueden ser tan grandes, tan insalvables, tan implacables como las cicatrices propias que generan un sinfín de comentarios malévolos en los que, por lo general, no hacen otra cosa que observar, criticar y demoler.
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