jueves, 24 de junio de 2021

UN LUGAR TRANQUILO 2 (2020), de John Krasinski

 

Antes. La capacidad de asumir en pocos instantes algo que escapa a toda comprensión, Sólo con la defensa. Sólo con el instinto de supervivencia. Sólo con un principio que siempre parecía el final. El gesto adecuado para el futuro preciso. La desolación como recompensa. El día del juicio que se adentra en el silencio como el único salvavidas posible. A partir de ese momento, todo será una alerta que no se podrá gritar. A partir de ese momento, y a pesar de todo, también habrá una puerta que se abre sólo para la esperanza.

Después. Rescatar los restos. Darse cuenta de que hay más gente en el mundo que también se está defendiendo con lo que tiene más a mano. Un metro de hormigón y un horno cerrado a cal y canto. El ruido inoportuno. El cepo traicionero. Un día más es una victoria. Y el sonido, como aliado. El que va un poco más allá. El que es molesto para los humanos e insoportable para los forasteros. La necesidad de la ayuda. Y el silencio que se desarrolla de forma paralela dando lugar a hechos que están íntimamente conectados, como si se estuviera oyendo un ruido lejano que también se va a producir en las cercanías. No se admiten más bajas. Sólo hay que agregar soldados a la batalla. Por una vez. Por una sola y maldita vez.

John Krasinski se detiene en un prólogo para explicar el día uno de lo que parece el fin de la raza humana para, a continuación, ofrecer lo que pasa el día después de lo que ya conocemos. Y no sólo eso. En un ejercicio de síntesis admirable, desarrolla unas acciones paralelas con hechos  que son parecidos, aunque no iguales, y regala dos tramas al precio de una. Con maestría. Sin bajar la tensión. Dándose cuenta de que el combate se desarrolla en dos lugares y de que el fin va a ser el mismo. El sonido tiene que sonar. Y el silencio, también. Relega ligeramente al personaje de Emily Blunt para darle un mayor protagonismo al de Millicent Simmonds, e introduce a Cillian Murphy en la trama despertando los sentidos y avivando el fuego. La guerra es sin cuartel y, quizá, haya algunos invitados que no están demasiado integrados. Sin embargo, el resultado es brillante, poderoso, manteniendo la inquietud hasta el límite, con el miedo pegado a la espalda porque juega mucho con aquello se mueve subrepticiamente en segundo plano. Esta vez, el lugar es más tranquilo. Y todo se estremece alrededor.

Así que hay que empuñar de nuevo las armas y acoplar bien los micrófonos. Cualquier desliz podrá ser fatal porque todavía se está muy lejos de la victoria. El oxígeno faltará por los rincones y la infección es un puro grito. Y hay que guardarse el dolor en las entrañas porque, de lo contrario, todo será muerte arrasada, entumecida, implícita. Y aún hay algún que otro descubrimiento más que otorga algún resquicio de salida. El espíritu de lucha es algo que se puede heredar sin ninguna duda, sobre todo, porque está basado en la anticipación y en la inteligencia. Cuando salgan del cine, anden con cuidado, de puntillas, con la respiración contenida y la mirada vigilante. Alguna palabra de más puede significar lo peor. Un tropiezo y la perdición mostrará su cara más desagradable. Hay que poner a trabajar lo mejor de uno mismo para que lo inesperado sea el arma más mortal contra unas criaturas que se mueven y piensan por instinto y que asoman inesperadamente por el hueco más oscuro. El día acaba y seguirán las preguntas. La tercera parte está llamando. Y lo hace en el mayor de los silencios presintiendo el más horrible de los ultrasonidos. 

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