En
1956 ya se hizo una versión de esta misma historia bajo el título de El hombre que nunca existió, dirigida
por Ronald Neame, con Clifton Webb en el papel del Teniente Comandante Ewan
Montagu, papel que, en esta ocasión, asume Colin Firth. La Operación Carne Picada fue uno de los mejores y más audaces engaños
que pusieron en marcha los servicios de inteligencia británicos para crear
falsas expectativas sobre el lugar de invasión de los Aliados por el Mediterráneo.
El truco del hombre muerto con documentación comprometida fabricando una
personalidad de la nada fue un anzuelo perfecto para que los mecanismos de
espionaje nazi dejaran desguarnecida la isla de Sicilia y se trasladaran a las
costas de Grecia.
En aquella versión se
seguía, no con demasiada fidelidad, las memorias del propio Comandante Montagu,
añadiendo una fenomenal coda con el envío de un espía del IRA, que colaboraba
con los alemanes, para comprobar que la información que había caído en su poder
era fidedigna. Había ciertos vacíos, cambios de nombre, identidades secretas
que, por entonces no podían reveladas. Ahora, pasados ya setenta y nueve años
desde la ejecución de la maniobra, se pueden revelar algunos secretos que,
entonces, debían permanecer en la sombra.
Situados
históricamente, sólo cabe hablar de la propia valía cinematográfica. A pesar de
que la versión de 1956 era menos fiel a la verdad, es mejor película. En esta
ocasión, con algunas secuencias interesantes, conviven algunos puntos que,
aunque fueran realidad, distraen de la acción para adentrarse en los terrenos
del melodrama. El producto recién estrenado hace gala de una irregularidad que
podría haberse evitado con un montaje más preciso, haciendo una película de
menos duración, pero mucho más intensa. No siempre la verdad es más eficaz en
las aguas de la fantasía.
Y es que existe algún
que otro cabo suelto, diálogos que no llevan a ninguna parte, detalles que no
se explican cuando ése es uno de los puntos de mayor interés de una operación
que fue pensada hasta el mínimo detalle. Al fin y al cabo, no es fácil
encontrar algún caso en el que un muerto realice un servicio a la patria y
reciba el reconocimiento militar como si hubiera sido un combatiente más.
La situación personal de ese pequeño gabinete que se forma para ejecutar la operación resulta algo superflua, floja, sin gancho. No obstante, todo ese entramado que se teje con el fin de asegurarse de que la información hallada llegue al destino apropiado es notable, con algún que otro toque de cierto ingenio al comprobar que uno de los oficiales implicados en el engaño es un tal Capitán Ian Fleming…que no deja de comprobar cierta inspiración para el novelista en el que se convertiría años más tarde. Johnny Flynn, al que ya hemos visto con aires de arrogancia violenta en la reciente El sastre de la mafia, da buena cuenta de la elegancia inherente al escritor y siempre es un placer observar a Penelope Wilton como una de las secretarias de confianza de ese departamento especial que fabrica vidas para hombres muertos. Colin Firth y Matthew McFadyen realizan buenos trabajos sin ser excelentes y la película se deja ver a pesar de sus defectos. Es lo que tiene cuando el punto de partida resulta tan prometedor que el gancho es inevitable. El público se cuelga de él y siempre se quiere saber más. De ahí, esas tramas con pasiones humanas de fondo que acaban por lastrar la narración más importante. Después de todo, no cabe ninguna duda de que el engaño fue una de las armas más definitivas para la guerra. Sólo hacía falta desarrollar un instinto creativo que pusiese un cebo debajo de las mismas narices del enemigo. Así es cómo se toma ventaja. Así es cómo se esconden los ases debajo de la bocamanga llena de barras doradas.
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