El hombre más peligroso
del mundo va a escribir sus memorias. El revuelo que se va a organizar en los
Servicios Secretos de medio planeta será histórico. Hay que cazarlo y
silenciarlo como sea. Sin embargo, el tipo ha aprendido mucho y sabe sortear
las diferentes trampas de unos fulleros profesionales. Una cosa le va a
delatar. Es un individuo que ama apasionadamente la ópera y se le va a ver, y
escuchar, pasando una frontera mientras está dale que te pego con Las bodas de Fígaro. Aún así, es más
listo que el hambre, y no va a ser fácil pillarlo. Se mueve rápido. Escribe más
rápido aún. Y va dejando pedazos de su historia por toda Europa. El tema,
claro, es que en sus memorias va a describir una serie de operaciones de la CIA
que no conviene que se sepan y, por eso, se ponen en alerta con movilización
general. La labia será un arma. La burla será otra. Y, entre medias, también
hay algún rato para el solaz y sosiego en brazos de una vieja amiga que sabe
cómo han ido las cosas.
El asunto, en realidad,
es muy serio, pero la sonrisa está siempre presente. La sátira del cine de
espías es evidente y, sin embargo, no se queda sólo en eso. También hay un
sitio muy importante para no tomarse demasiado en serio. La diversión está
garantizada. Entre otras cosas porque el que maneja todo el cotarro es Walter
Matthau en un insuperable registro cómico del “todo me da igual” y que se
convierte en un plan de venganza y ajuste de cuentas. A su lado, Glenda
Jackson, que demuestra sus dotes para la comedia una vez más y que otorga un
cierto halo de respetabilidad y admiración a ese personaje que decide poner
patas arriba a todos los servicios de espionaje. Al fin y al cabo, este enredo
no es sólo para dos personas. También lo es para un buen montón de millones de
almas que no saben qué es lo que están haciendo sus gobiernos.
Ah, por cierto, también
hay que reconocer que la película se fija mucho en la ineptitud de muchos de
los mandos de las cloacas del Estado. No hay nada que esté de más y tampoco de
menos. La dirección de Ronald Neame se mueve en un admirable equilibrio que
apuesta más por el desenfado que por el humor grueso y que convence en cada uno
de los kilómetros que emprende ese espía jubilado llamado Miles Kendig y que
sólo con lo que sabe va a dejar en evidencia a todos los que no saben. Y un
poquito de elemento dramático también va a ser necesario para dejar constancia
de que la supuesta traición tiene su aquél. Y, desde luego, el objetivo será
vivir, por fin. Kendig tendrá que estrujar su ingenio para dar esquinazo a
todos los que le persiguen y el tiempo se acaba. Puede que el juego,
simplemente, consista en tener en jaque a todos, mucho más allá de lo que
puedan decir unas líneas que se pueden o no creer.
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