“Espero
que vivamos lo bastante para ver una avenida con el nombre de Charlie Parker,
un parque dedicado a Lester Young, una barrio para Duke Ellington…o, incluso
una calle que se llame Dale Turner”
Dale Turner ya ha
batallado en demasiadas ocasiones. Sus notas se han perdido en océanos de humo
y en volutas de alcohol y las melodías casi son sólo lamentos de un tiempo
perdido. Llegó la hora de tocar en otra parte aunque, quizá, eso no evite que
la última escaramuza sea una derrota servida a tragos. París…esa tierra de
libertad donde te juzgan por lo que sale de ese saxofón que es ya una
prolongación de ti mismo, donde el color de la piel no es un hecho decisivo.
Tal vez, Dale Turner sólo quiere una oportunidad más para que su música quede
ahí, suspendida en el aire, al lado del humo, rozando el alcohol, resonando en
los oídos de todos los que se acerquen en una cálida y entrañable despedida. El
Blue Note desplegará su encanto. La
noche parisina será un paseo por las veintitrés llaves del saxo y la amistad
tendrá un inconfundible aroma a viejos tiempos. Puede que la admiración pase
por ahí mezclada con una imperceptible nota de compasión, pero la parte
improvisada será una genialidad más, una prueba más y un día después de merodear
alrededor de la medianoche, esa hora en la que los grandes músicos de jazz
llegan a la magia.
La leyenda que nadie
nota deambula por las calles. Por el talento de Dale Turner han desfilado
infinidad de amigos que se han perdido en la noche de cualquier club infecto,
incontables canciones que se han convertido en un mensaje lanzado con la
esperanza de ser descifrado, voces roncas que, poco a poco, se van apagando con
las últimas luces. Cada una de sus arrugas, cada uno de sus gestos, cada una de
sus inesperadas notas encierran una historia y será apasionante la compañía,
escondido detrás de una gabardina negra y un sombrero de ala ancha, como los
grandes clásicos, como el sordo sonido de una canción velada, inesperada y
silenciada. Es el ambiente que consigue rodearnos, trazando un sinuoso y
atractivo baile para envolvernos y no dejarnos marchar. De alguna manera, las
esencias de todos los que acuden, quedan fluctuando en la oscuridad de algún
sitio donde el jazz se hizo sentimiento.
Dexter Gordon dio vida
a este músico en la recta final, que tendrá la suerte de probar unos postreros
sorbos de amistad a través de un entusiasta francés que, en el fondo, tratará
de salvarlo de sí mismo. La espiral de la autodestrucción ya está en el alma
del saxofonista Dale Turner y el director Bertrand Tavernier ofrece una
oportunidad para que esa coda final no sea tan brusca, ni tan nociva. Puede
que, por una vez, el adiós llegue a ser algo agradable.
La compasión por el arte supremo se opone a la fragilidad del alma humana y es posible que, por ello, se superen los miedos, los lamentos y los problemas que se han quedado adheridos como el aire viciado de un club oscuro a medianoche. Es el momento de reconocer que el talento no se perdió en tantas y tantas horas sin sol. Algo queda. Como una fotografía que no se ve…
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