viernes, 6 de mayo de 2022

AL BORDE DEL INFIERNO (1956), de Mervyn Le Roy

 

El Mayor Lincoln Bond ha sufrido demasiado en Corea. Sólo desea retomar su vida militar y servir lo mejor posible a su país. Si el destino es una base de aviones para testar nuevos prototipos, estupendo. Lo hará bien porque es un piloto experimentado. Sin embargo, hay dudas. Es el único que, probando el nuevo modelo de avión, está encontrando fallos estructurales. Tal vez sea producto de su mente. Es lógico, tanto sufrimiento acaba por pasar factura. Sin embargo, el Mayor Bond tiene más resistencia de lo que la gente piensa y, desde luego, mucha más que ese reactor que no parece ofrecer todas las garantías. Tendrá que luchar contra los prejuicios de los que creen que no está en sus cabales. Claro, hay demasiados intereses creados. El contrato millonario de concesión para la compra y venta de unos cuantos cientos de reactores está en juego. Y un veterano de la guerra de Corea que ha estado al borde del infierno no es quién para decir al Ejército en qué tiene que gastar su dinero. Aunque, quizá, sea el más indicado para decirlo.

El desierto, el cielo, los detalles, los vuelos de prueba… Todo en esta película parece muy real y, sobre todo, muy creíble. Además, despliega una franca preocupación por esos hombres que estuvieron en el mismo filo del abismo y que deben realizar trabajos de enorme importancia y trascendencia. No todo fue decir el rango y número de serie. Muchos hablaron y, no por ello, eran necesariamente cobardes. En este caso, el Mayor Lincoln Bond es más fuerte de lo que todos creen y esa fortaleza también será muy necesaria para reintegrarse a una vida que se le escapó cuando cayó prisionero y que, con toda probabilidad, nunca será la misma. No obstante, Bond, a veintitrés mil pies, es un profesional que también se encuentra con sus mismos fantasmas y sabe vencerlos. Puede que sea uno de esos individuos que abrió el camino para aquellos que, más tarde, fueron elegidos para la gloria. No importa. Cuando el aparato que tienes entre las manos está vibrando a una altura que llega más allá de la imaginación, todo parece demasiado pequeño, incluso los recuerdos, incluso el dolor, incluso la nada de saberse perdido.

William Holden, como siempre, aporta mucha clase al papel del Mayor Bond y, sin duda, es capaz de mostrar hondas cicatrices en el alma sin perder en ningún momento su compostura de oficial y caballero. A su lado, a destacar el debut de un joven James Garner y la dirección del veterano Mervyn Le Roy que da un par de lecciones sobre cómo rodar secuencias aéreas en las que no hay más enemigo que el que salta dentro de la mente de ese piloto que quiere llegar más lejos que ningún otro y se encuentra con barreras traumáticas que, simplemente, no existen. Dejaron de existir en algún oscuro agujero de una guerra perdida en Asia. Ahora hay que prestar atención a los mandos, dominar al pájaro y sentir que la experiencia sirve para algo más que para guardar la apariencia bajo el uniforme.

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