La guerra llama a las
puertas del amor. Incluso allí, en el paraíso. Al lado de Bali H´ai, a la
izquierda del Océano Pacífico. En ese lugar, donde parece que el mal no puede
llegar, se desatarán las pasiones más ardientes y, sin embargo, habrá que
desempeñar misiones de espionaje para los Aliados. No hay nada como una dama.
No hay nada como una guerra.
El romance, las
canciones, el esplendor y el humor parecen correr por las soñadas playas. El
ocaso siempre es amarillo y el amanecer, rojo. Y también, a pesar de ser un
musical, hay algún rasgo de honestidad en el fondo de la historia. La desgracia
y la felicidad, a menudo, son sólo los dos lados del mismo sentimiento y están
separadas por una delgadísima línea blanca de espuma de ola. El amor, el
prejuicio, el heroísmo también son notas dentro de este musical completamente
atípico. Hasta sus intérpretes son absolutamente inesperados. Rossano Brazzi,
Mitzi Gaynor, John Kerr, Ray Walston…no son nombres habituales en lo más alto
de las marquesinas y, sin embargo, no hubo ningún reparo en ponerlos en la
cabecera de este reparto. Quizá Joshua Logan, muy versado en los temas de
Broadway, centró toda su esperanza en las melodías de Rodgers y Hammerstein y
en la irreal fotografía que rodea la película. El resultado es un ensueño, una
fábula de amor y muerte, una certeza de que todo lo bueno y todo lo malo puede
pasar en una isla y, también, un presentimiento de que el destino, de alguna
manera, está escrito.
Así que vamos a sacar a ese hombre de nuestras cabezas y vamos a cantar y a silbar mientras disfrutamos con las chicas del hospital corriendo por la orilla del mar. Es el momento de dejar leer a muchos críticos que se quedaran con el lado más anticuado de todo y no tendrán el suficiente amanecer en el rostro como para ver todas sus virtudes. Así que no me hagan mucho caso. Es mejor quedarse con la impresionante dificultad de las canciones, que exigen un esfuerzo vocal suplementario a los intérpretes (aunque tanto Rossano Brazzi como John Kerr fueron convenientemente doblados) y con entradas difíciles que exigen una hábil combinación de recursos dramáticos y musicales. Y en el fondo, seamos sinceros, a todos nos gustaría haber estado en alguna de las noches cálidas o de los atardeceres inigualables que aparecen en la cinta. Hasta podríamos haber cantado algo mientras el sol nos decía adiós y el mismo mundo nos hubiera hecho olvidar que él mismo existía. Si hay un cielo, debe ser muy parecido al que sale en esta película. Ah, y no crean que está muy lejos. Muchos de sus planos están situados muy cerca de Ibiza. Así es el cine. Nos miente. Nos miente mucho. Pero estamos deseando creer todas sus mentiras. Como las que ofrecen unas cuantas islas de la imaginación, unas cuantas canciones, unas pocas aventuras y un par de romances que, en alas de la música, se introducen en nuestros sentimientos igual que un bombardeo inesperado.
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