El detective Bradford
Galt no ha tenido demasiada suerte. Tuvo un encontronazo con su antiguo socio y
acabó con sus huesos en la cárcel. Decidió cambiar de ciudad y empezar desde
cero, pero algo no va bien. Su antiguo socio también anda por allí y parece
como que la amenaza se cierra sobre él. Galt comienza a investigar porque no
quiere sentir el aliento de los tipos del FBI y los que están moviendo los
hilos no son, precisamente, de los bajos fondos. Sin embargo, Galt tiene un
arma secreta. Algo que ningún detective puede llegar a soñar. Es su secretaria,
Katy. Es una mujer inteligente, arrojada, entregada. Se siente atraída por Galt
y va a luchar por él hasta que el asfalto se vuelva arena. Da igual que esté
metido un matón de tres al cuarto o un refinado galerista de arte. Ella va a ir
contra todos y contra todo con tal de que Galt tenga su oportunidad. De algún
modo, parece como que ella es la que tiene todas las ideas para hallar pistas
que den salida a los misterios que se plantean. Incluso hay un asesinato y
todos los indicios conducen a Galt. Esta vez va a tener que ser muy inteligente
para evitar la acción de la policía. Y esa inteligencia, por supuesto, se la va
a proporcionar su secretaria que, al fin y al cabo, va a terminar siendo la
mujer de su vida.
Por otro lado, el amor
no tiene edad. Y más aún cuando la perspectiva es la soledad. Un hombre maduro
está locamente enamorado de su mujer porque ella es el vivo retrato de una obra
de arte. Es como si hubiera salido del cuadro y la pintura se hubiese
transformado en una imagen tridimensional de carne y hueso. Y nadie va a
arrebatarle la misma belleza que tanto le ha costado encontrar. Ni siquiera ese
guaperas abogado que tuvo algo que ver con un detective algún tiempo atrás. La
trama se complica. El arte, el asesinato, las apariencias, las habilidades y la
maldad se van a dar cita para que se haga justicia por la razón más vieja del
mundo.
No cabe duda de que François Truffaut se inspira en esta película para realizar Vivamente el domingo, pero esta película de cine negro con variantes se erige como una extraña trama en la que el detective privado quizá no sea tan inteligente y el malvado acaba por ser aún más cruel a pesar de que tiene a alguien que le hace el trabajo sucio. En la dirección, Henry Hathaway, aportando sabiduría y experiencia. Y en el reparto Clifton Webb aportando su habitual clase con crueldad de pajarita, William Bendix en la piel de un sicario sin contemplaciones, Mark Stevens estando por debajo del resto cuando tiene el papel del detective y una maravillosa Lucille Ball, lejos de su registro cómico, encarnando a una mujer de ensueño, con agallas e inteligencia, algo muy poco habitual en el cine negro de los años cuarenta. La propia Lucille Ball renegaba de esta película porque sus relaciones con Hathaway fueron terribles, pero quiso hacerla porque significaba el fin de su contrato con la Twentieth Century Fox. El resultado es el retrato de una de las mujeres más fuertes de los callejones más oscuros de la honradez y la entrega, soberbiamente fotografiada por Joseph McDonald, uno de los mejores trabajos dentro del género. Más que nada porque es muy difícil entrever en las sombras. Y, además de la luz, hay que estar alerta para saber cuál es el próximo movimiento en la oscuridad.
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