viernes, 12 de mayo de 2023

ORDEN: CAZA SIN CUARTEL (1948), de Alfred L. Werker

 

Un policía fuera de servicio es asesinado y el culpable es un témpano de hielo. Quizá sea uno de esos individuos que disfrutan con el crimen, que se relamen con su planificación y que tampoco es necesario que tengan un móvil para cometer un asesinato. Tiene cara de buen chico y eso le ha abierto algunas puertas en un trabajo en el que también comete fraude. Es como si su lado más abyecto le llamara de forma irresistible y él no tuviera ningún problema en acudir. Cuando sonríe y trata de ser afable, parece sincero, pero hay algo en su expresión que indica que, en realidad, todo es una tomadura de pelo. Es un tipo resentido con el mundo entero y posee rasgos psicópatas. Por eso, la policía ha dado la orden tajante de la caza sin cuartel. No han conseguido demasiadas pistas porque el interfecto es tremendamente meticuloso con sus acciones, lo medita y lo premedita. Así que no hay más remedio que patear las calles y tratar de dar con la aguja en el pajar. Tal vez la dedicación sea un arma con la que el fulano no cuenta. Y, también, con algún que otro testigo que está dispuesto a jugarse la piel con tal de atrapar a ese criminal con buen rostro y muy malas intenciones.

Sin embargo, existe algún que otro profesional con placa que también es muy metódico. La atmósfera de las calles de Los Ángeles, lejos de ofrecer una imagen despejada y repleta de sol, resulta tenebrosa y agobiante. Y las alcantarillas de Los Ángeles remiten a cualquiera al otro lado del mundo, a Viena, a la seguridad de que los disparos resuenan con un inconfundible eco, a las aguas bajando como un torrente por las cuestas de la caza. Sí, es muy escurridizo. Y más aún si utiliza los túneles del alcantarillado. El despliegue va a ser de gran magnitud. Y el día morirá, si cabe, con la buena noticia de que uno de los asesinos más fríos que se hayan visto ha sido atrapado.

Narrado con un estilo semi-documental, esta joya del cine negro destaca por la impresionante interpretación de Richard Basehart en la piel de ese asesino sin escrúpulos que mantiene en jaque a toda la policía. A su lado, Scott Brady emerge como la figura del cazador, y Whit Bissell, secundario visto en mil películas, es el testigo que sirve como pista y cebo. En apenas una hora y dieciocho minutos, la película narra todo el dispositivo policial que se pone en marcha para atrapar a una fiera que anda suelta por la noche y que todo su afán es robar y matar. La dirección de Alfred Werker, ayudado en algunas secuencias por Anthony Mann, es sobria y muy precisa y no cabe duda de que esta película merece ser rescatada por cualquiera al que le gusta el buen cine de policías. Al fin y al cabo, no sabemos cuántos chicos de cara inocente esconden en su interior a un sociópata capaz de matar sin mover una pestaña.

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