Esta es la muestra de
que un argumento no tiene por qué ser complicado para causar una tensión
cercana al horror. Al fin y al cabo, el trabajo de niñera siempre es muy
delicado y más cuando se trata de cuidar a un niño de diez años que puede
oscilar entre la insolencia más despreciable o la perturbación mental. Es
cierto que, además, suele ser la testigo silenciosa de las miserias que pueden
ocurrir dentro del núcleo familiar en el que sirve. Un padre despreocupado, una
madre al borde de la neurosis, una niña adorable…Hay que moverse en un espacio
muy estrecho para mantener la impasibilidad mientras el niño progresa en sus
problemas. Puede que una tragedia se esconda entre las paredes de esa casa, con
su correspondiente trauma. Y eso se puede aclarar. La niñera es eficiente, es
servicial…y no es nada tonta.
La atmósfera se vicia
paulatinamente. El gris domina en todos los actos. La rutina preside todos los
movimientos de la empleada que se muestra exageradamente correcta y dedicada. Y
el odio, naturalmente, empieza a crecer. A pesar de su impecable
comportamiento, el niño trata de culpabilizar a la niñera volviéndose, cada
vez, más agresivo e incontrolable. Puede que ella fuera la responsable de la
tragedia. La tensión se mantiene. Se vuelve casi inaguantable. La niñera sigue
escondiéndose detrás de su máscara de eficiencia aunque intuye que está en
peligro. Todo está contado con cierta parsimonia y se incluye, con
inteligencia, una acerada crítica a cierta clase social británica, atrincherada
en su vida cómoda e incapaz de afrontar los problemas. La verdad se esconde
tras las cortinas. La maldad persiste. Y puede asumir las formas y maneras de
un niño.
Bette Davis está
inmensa en el papel de la niñera, dando los matices adecuados dentro de un registro
estoico, que mantiene dentro de la impasibilidad, pero con sutiles pistas de la
tormenta emocional que se desencadena en su interior. No cabe duda de que la
mítica productora Hammer quiso explotar el éxito de Davis en sus películas
anteriores como ¿Qué fue de Baby Jane? y
Canción de cuna para un cadáver e,
incluso, se aleja de su estilo de terror evidente para sumergirse en el pánico
psicológico, muy bien mantenido por el director Seth Holt y por el guión de
Jimmy Sangster. En realidad, con menos medios, A merced del odio podría competir perfectamente con las dos
anteriores y no saldría perdiendo con alguna.
Así que hay que estar preparados para asumir esa especie de sombra pesada que se instala en las cejas cuando hay algo que inquieta sin llegar a asustar. Toda palabra se dice como un dardo. Toda reacción tiene una causa. Y el espectador debe entrar en el juego y moverse entre esas habitaciones, entre ese muestrario de neurosis en el que se ha convertido un hogar que no puede asumir una pérdida irreparable. La felicidad se esfuma demasiado rápidamente y el alma humana se apresura en buscar culpables para dar algo de descanso a la conciencia. Por eso, es mejor dejar a los niños al cuidado de la niñera. Ella sabrá lo que hay que hacer.
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