La amistad, en esta
ocasión, parece un leve brillo de esperanza. Al fin y al cabo, no todos los
días se nombra a un amigo de toda la vida para liderar la Fiscalía contra el
crimen organizado. Durante años, un periodista ha venido denunciando la
corrupción que existe en los distintos estamentos de la administración y de la
autoridad y sólo ha sido un mosquito molesto en los planes del poder. Ahora,
con un viejo amigo, puede que sus artículos no caigan en saco roto. Él tiene
empuje, es hijo de policía, y eso también cuenta. La honestidad parece presidir
sus actos y ya puede temblar ese individuo tan poco recomendable que controla
la ciudad desde detrás de su puro habano con una serie de lugartenientes tan
fiables como una puerta rota. Sólo falta comprobar que todas estas suposiciones
son verdad.
Y, quizá, todo llegue
cuando el nuevo fiscal se dé cuenta de que la corrupción está tan instalada,
tan hundida en la sociedad que en su casa también huele a pescado podrido. A
partir de ahí, el fiscal tendrá que elegir entre su cariño personal y su
obligación. Y no es fácil. Eso es algo que se suele olvidar cuando se denuncia
un caso de corrupción. En muchos casos, están implicados amigos, o parientes, o
amores… Desde más allá de su mesa de despacho, el fiscal comprobará que todo
está más cerca de la corrupción que de la honestidad. Y él también. Aunque
siempre habrá alguien que tendrá que pagar un alto precio para el mantenimiento
de la ley dentro de la democracia.
Excelente película en
la que brillan dos actores de la talla de William Holden y Edmond O´Brien bajo
la dirección de William Dieterle con el fin de destapar la terrible podredumbre
que alcanza a todos cuando se pone el cartel de “se vende” sobre el pecho de
cada uno. El lado más frágil de la historia, posiblemente, sea el que
corresponde a la parte femenina representada por Alexis Smith, una actriz sin
profundidad que gozó de un incomprensible éxito durante algunos años. Sin
embargo, eso no empaña el resultado de la película que lleva al espectador de
un lugar a otro sin dar respiro, con acontecimientos continuos en su narración,
con una especial mirada sobre los giros de ánimo que experimentan los dos
protagonistas, amigos del alma y que, por supuesto, llegan a estar enfrentados
aunque ambos busquen la integridad como arma definitiva contra la delincuencia
organizada. La dirección de Dieterle, con una cuidada fotografía en blanco y
negro, les pone en medio de un paisaje urbano en el que los rostros de la
traición se confunden con los que quieren realizar un último acto de honradez,
algo que cada vez escasea más. Y esta es una película que ya tiene setenta
años…
Así que, ante todo y sobre todo, no hay que dejar de leer la afilada pluma que se atreve, desde un punto meramente subjetivo y de servicio, a denunciar los atracos a mano armada de uno y de otro lado. Los pretendidamente buenos y los demostradamente malos. Después, hay que poner a alguien que merezca realmente la pena al frente de una oficina de investigación y justicia para que no haya diferencias a la hora de acusar. Más tarde, la ley, en un sistema democrático, debe actuar. Y limpiar. Y otorgar la libertad. Esa es la verdadera esencia de las obligaciones de cualquiera que ocupe un puesto de responsabilidad ante la ciudadanía.
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