viernes, 12 de mayo de 2023

UN HOMBRE ACUSA (1952), de William Dieterle

 

La amistad, en esta ocasión, parece un leve brillo de esperanza. Al fin y al cabo, no todos los días se nombra a un amigo de toda la vida para liderar la Fiscalía contra el crimen organizado. Durante años, un periodista ha venido denunciando la corrupción que existe en los distintos estamentos de la administración y de la autoridad y sólo ha sido un mosquito molesto en los planes del poder. Ahora, con un viejo amigo, puede que sus artículos no caigan en saco roto. Él tiene empuje, es hijo de policía, y eso también cuenta. La honestidad parece presidir sus actos y ya puede temblar ese individuo tan poco recomendable que controla la ciudad desde detrás de su puro habano con una serie de lugartenientes tan fiables como una puerta rota. Sólo falta comprobar que todas estas suposiciones son verdad.

Y, quizá, todo llegue cuando el nuevo fiscal se dé cuenta de que la corrupción está tan instalada, tan hundida en la sociedad que en su casa también huele a pescado podrido. A partir de ahí, el fiscal tendrá que elegir entre su cariño personal y su obligación. Y no es fácil. Eso es algo que se suele olvidar cuando se denuncia un caso de corrupción. En muchos casos, están implicados amigos, o parientes, o amores… Desde más allá de su mesa de despacho, el fiscal comprobará que todo está más cerca de la corrupción que de la honestidad. Y él también. Aunque siempre habrá alguien que tendrá que pagar un alto precio para el mantenimiento de la ley dentro de la democracia.

Excelente película en la que brillan dos actores de la talla de William Holden y Edmond O´Brien bajo la dirección de William Dieterle con el fin de destapar la terrible podredumbre que alcanza a todos cuando se pone el cartel de “se vende” sobre el pecho de cada uno. El lado más frágil de la historia, posiblemente, sea el que corresponde a la parte femenina representada por Alexis Smith, una actriz sin profundidad que gozó de un incomprensible éxito durante algunos años. Sin embargo, eso no empaña el resultado de la película que lleva al espectador de un lugar a otro sin dar respiro, con acontecimientos continuos en su narración, con una especial mirada sobre los giros de ánimo que experimentan los dos protagonistas, amigos del alma y que, por supuesto, llegan a estar enfrentados aunque ambos busquen la integridad como arma definitiva contra la delincuencia organizada. La dirección de Dieterle, con una cuidada fotografía en blanco y negro, les pone en medio de un paisaje urbano en el que los rostros de la traición se confunden con los que quieren realizar un último acto de honradez, algo que cada vez escasea más. Y esta es una película que ya tiene setenta años…

Así que, ante todo y sobre todo, no hay que dejar de leer la afilada pluma que se atreve, desde un punto meramente subjetivo y de servicio, a denunciar los atracos a mano armada de uno y de otro lado. Los pretendidamente buenos y los demostradamente malos. Después, hay que poner a alguien que merezca realmente la pena al frente de una oficina de investigación y justicia para que no haya diferencias a la hora de acusar. Más tarde, la ley, en un sistema democrático, debe actuar. Y limpiar. Y otorgar la libertad. Esa es la verdadera esencia de las obligaciones de cualquiera que ocupe un puesto de responsabilidad ante la ciudadanía.

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