viernes, 5 de mayo de 2023

LISBOA (1956), de Ray Milland

 

Un señor muy refinado es despertado por su mayordomo para desayunar en una agradable residencia con vistas a la desembocadura del Tajo en Lisboa. El día es luminoso y agradable y el señor se despereza agradablemente mientras coge su bata para empezar sus obligaciones. Abre la ventana y respira el aire casi marino de la ciudad y, de una coqueta cajita que tiene en una mesa al lado de esa ventana, coge unas miguitas de pan para que los pájaros vengan a comer al alféizar. Cuando ya lo ha hecho, agarra una raqueta de tenis y espera pacientemente a que los gorriones se acerquen. Cuando están a tiro, suelta un golpe brutal, agarra a la víctima y, dirigiéndose a su gato con una sonrisa siempre ambigua, le dice:

-. Toma. Tu desayuno.

De esa manera, Ray Milland, que también dirige esta película, nos presenta al resbaladizo personaje de Arístides Mavros, una especie de millonario mezclado en un montón de negocios sucios con sede en la capital portuguesa. Interpretado con soberbia elegancia y un punto permanente de ironía por Claude Rains, con esa simple escena ya nos ha descrito que no es un individuo de fiar. Y lo va a ser menos cuando tenga que contratar a un reputado contrabandista como el Capitán Evans, éste sí, interpretado por Milland, que debe rescatar con vida a un millonario en algún punto de la costa francesa a cambio de una promesa de pingües beneficios. Por supuesto, ese millonario tiene una esposa maravillosamente bella, sospechosamente apasionada y tremendamente decidida, pero tampoco es que sea mucho de fiar. Ya se sabe, cuando hay tantas ganas, algo se esconde. Por otro lado, Mavros tiene una chica que esconde muchos más rincones que su evidente atractivo. El Capitán Evans se va a ver atrapado en una maraña de intereses femeninos en los que le resultará muy difícil elegir.

Más allá de su labor como actor, Ray Milland llegó a dirigir cinco películas. Ninguna es demasiado conocida y es bastante injusto porque siempre intentó dar un punto de originalidad a todas sus obras. En Un hombre solo, realizó un atípico y claustrofóbico western en cuyos primeros treinta minutos no se dice ni una palabra; en Ladrón de manos de seda, se adentró por los terrenos del espionaje en la Segunda Guerra Mundial a través de un tipo que roba para otro; en Pánico infinito, se atrevió a explorar por primera vez los peligros de una guerra nuclear que destruye el mundo mientras un padre trata de salvaguardar a su propia familia (¿les suena de algo?); y en Testigo hostil, osó internarse por los terrenos de Agatha Christie con la historia de un abogado que es acusado de asesinato y se defiende a sí mismo con la colaboración de una aventajada aprendiz que destaca por su inteligencia. Lisboa, por su parte, con ese comienzo salvajemente original, destaca por convertirse en una aventura en la que el contrabandista confeso acaba por ser la mejor persona. Ninguna de ellas fue un éxito y nadie recuerda el hecho de que Milland era un director más que competente, pero merecería una revisión por su tremenda originalidad a la hora de abordar cualquier historia. Siempre intentando innovar, protagonizando todas ellas, demostró saber lo que quería en cada ocasión, tratando de sorprender al público con algún detalle de estilo muy particular en una filmografía como director que es más que notable, aunque haya pasado totalmente inadvertida. Empezar con Lisboa puede ser el primer paso para descubrirle, así que viajemos a Portugal, disfrutemos de una ciudad extraordinariamente bien fotografiada y suframos con las sucesivas trampas a las que se ve sometido el Capitán Robert John Evans. Señor Evans. Ah, y no hay que perderse los estupendos diálogos. Estén muy atentos. La mordacidad y el doble juego están a la vuelta de la siguiente frase.

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