A veces, hay que
acercarse a cualquier cosa que hizo alguien a quien se admira para comprobar
que también se puede fallar. Es el caso de esta película dirigida por el
aclamado e irrepetible director de fotografía Gordon Willis, que se encargó,
por única vez en su carrera, de la dirección de esta historia sobre voyeurs, lesbianismo, crímenes y
lujuria. Es posible que parte del gran error se halle en ese ritmo
deliberadamente lento, sin garra, sin nervio, pero hay que reconocer que la
trama tiene algún acierto, especialmente en su realización, como es, por
supuesto, la fotografía y, desde luego, el ambiente claustrofóbico, casi
agónico que se genera en esa relación enfermiza entre vecinas.
Todo empieza de forma
prometedora a través del ataque que recibe una mujer, estupenda Talia Shire,
nada más mudarse a su nuevo apartamento. Puede que el agresor no sea un hombre,
aunque la fuerza y la forma se corresponda con el sexo masculino. Puede que la
respuesta esté mucho más cerca, al otro lado de la calle. El guión intenta, por
todos los medios, evitar cualquier demostración de violencia. Todo es sugerido
para insinuar que gran parte de lo que ocurre es en la mente de la víctima. Por
otro lado, hay interminables conversaciones entre las vecinas (Shire y Elizabeth
Ashley) sobre sus experiencias con los hombres. Eso no añade nada al misterio,
sino a las motivaciones. Entre otras cosas porque ambas tienen pareja
heterosexual.
Una buena porción de
las virtudes radica en el modo en el que Willis dirige a las dos actrices. A
pesar de querer, a toda costa, establecer una atmósfera de opresión, ambas se
presentan como mujeres frágiles, fácilmente vulnerables, susceptibles de
sucumbir ante el daño que pueda infligir el mundo exterior en el que,
naturalmente, están los hombres. Sin embargo, Willis yerra estrepitosamente al
intentar convertir esa atmósfera agobiante en suspense y ahí es donde radica su
principal reparo. Y quizá la evidencia de que Willis era un genio en la
creación de ambientes, pero ni mucho menos lo era como director.
Por otro lado,
comercialmente fue muy perjudicada allá por el comienzo de los años ochenta
porque, de forma absurda, se intentó comparar como el lado lésbico de una
película que también se estrenó aquel año y causó verdadera controversia como
fue A la caza, de William Friedkin.
No tienen nada que ver salvo la temática homosexual.
Es cierto que aquí existe una especie de caza, pero la presa está identificada desde el primer momento y es fácil adivinar quién es el cazador. En algunos momentos, la torpeza del guión y de la dirección de Willis hace derivar a la película en un melodrama algo ridículo en instantes aislados. No basta con ser lúgubre. Hay que tener fuerza en lo que se narra y aquí se afloja por todos lados. Tanto es así que, siendo una película de mujeres, el que acaba por ser el mejor papel es el del Detective Luffrono, interpretado por Joe Cortese, que auxilia a Talia Shire en sus tribulaciones vecinales, en sus obsesiones, un tanto emparentadas con Repulsión, de Roman Polanski, y en sus miedos cervales a aceptar una sexualidad que es la contraria a la que siente Elizabeth Ashley, una vez más en la parte más malvada de la historia.
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