Nerval
Roth es un hombre que parece haber hallado la paz igual que un esqueje
trasplantado a maceta ajena. Antes crecía fuerte, pero crecía mal. En la
soledad de la nueva tierra, ha encontrado pasión por los nutrientes, amor por
el agua y deseo por la luz solar. De vez en cuando, se le pide que crezca un
poquito más para presunción y realización de otros, pero él no se queja. Es
consciente de que ha tenido suerte y sigue con sus tareas asignadas, rellenando
parterres, podando setos y dando vida a un jardín de diseño que sólo espera
unas manos amorosas repletas de cuidado.
Un buen día, otro
esqueje es trasplantado. Y Roth se aplica con él. Le quita el pulgón, le
instruye, le otorga vida. Sin embargo, el nuevo esqueje tiene un pasado y no es
fácil quitárselo de encima. El maestro jardinero también tenía uno, muy
especial. Y no va a dejar pasar la oportunidad de traerlo al presente para que
el nuevo esqueje crezca y se muestre, sea y esté. Por supuesto, va a pagar un
cierto precio que, más tarde, puede que le sea devuelto porque la mala hierba
nunca muere, pero él es un pozo de tranquilidad. En su mirada hay una parte de
dolor y otra de relajación. Es un artista con las tijeras de podar. Y sabe lo
que es hacer sangre.
Paul Schrader,
guionista de Taxi Driver y director
de varias películas, vuelve otra vez al universo enfermizo que le caracteriza,
con personajes de oscuridad comprobada y lecturas triples. En esta ocasión, no
duda en ofrecer un tratado de jardinería para describir a un hombre que
renunció a todo porque supo que estaba totalmente equivocado. En sus ojos, no
hay miedo, pero sí decisión. Aunque, desde luego, ha dejado arrastrarse por la
vida en señal de agradecimiento. La atracción y la posibilidad de reconstruir
la vida que ha dilapidado en una delación son más fuertes que cualquier abono y
está dispuesto a seguir adelante con todo. Schrader, para ello, cuenta con la
inestimable colaboración de un actor solvente, capaz de dar lo mejor en
películas como Loving o Midnight Special y Joel Edgerton se va
convirtiendo en la principal razón de la historia.
Sin embargo, Schrader
parece perderse en algún momento de la narración. Se espera un acontecimiento y
pone a los personajes en un limbo, deteniendo la historia y parándose en el
significado de una piel que tiene signos evidentes de creencias que deberían
ser desterradas. Al final, hay una especie de catarsis que completa una
redención que ya hace tiempo que tuvo lugar y el conjunto se resiente porque
Paul Schrader, en realidad, está muy lejos de Martin Scorsese y algunas reglas
fundamentales de la dirección como el ritmo no las acaba de dominar.
El tiempo se empeña en regar de olvido lo que permanece inalterable. Un hombre es lo que siempre ha sido y el entorno, aunque da algún que otro descanso, se transforma en hostilidad con apenas un escarbado. Los códigos éticos que sirvieron para una venganza siguen vigentes y, quizá, ya no haya un interlocutor válido cuando se necesita algún que otro favor de vuelta cuando se ha puesto en juego la vida entera. La ingratitud siempre acecha y la satisfacción debe existir cuando se reconstruye todo y se devuelve cada rama a su estado natural de sombra y susurro. El esqueje seguirá creciendo, pero esta vez acompañado. Tal vez para que no se escape la seguridad de que mañana será un día muy parecido al de hoy, con sus lluvias, con sus luces, con sus fertilizantes, con su explosión de color entre el verde, mientras otros, explotadores del sentimiento sin salida, tendrán que encerrarse en su casa dejando que el mérito se instale en el ánimo de alguien que perdió y que, ahora, tratará de ganar.
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