martes, 20 de junio de 2023

LA CLAVE DEL ENIGMA (1959), de Joseph Losey

 

Todo empieza con un soleado día en Londres. Un joven atractivo y lleno de ilusiones cruza la ciudad y parece que va contento. Compra unas flores, tiene un pequeño accidente con un zapato, atraviesa un parque, el sol brilla y los niños cantan. Evidentemente, va a encontrarse con una mujer. Encuentra la puerta abierta y se introduce en el piso. Es un poco tarde para la hora en la que habían quedado, pero no importa. Habrá salido a hacer algún recado. Sin embargo, quien aparece por allí no es una chica. Es la policía. Comienzan a hacer preguntas sospechosas porque no esperaban encontrarse allí, en el piso, a un individuo que trata de esquivar las cuestiones planteadas. Es todo muy extraño. La chica no aparece, pero sí los inspectores. No le dicen de qué se trata. Sólo que se han presentado allí porque una vecina oyó que la música estaba muy alta. Jazz y no muy bueno. ¿Qué hacía el joven allí? ¿A quién esperaba? ¿Qué hizo mientras esperaba? ¿Para qué había ido al piso? ¿Por qué había puesto música? Demasiadas preguntas un tanto inquisitoriales para que se pueda imaginar lo que ha ocurrido. Allí mismo, en el apartamento, la chica aparece asesinada. La chica aparece.

Todas las sospechas recaen en ese joven bohemio, que se dice artista, que pinta cuadros y que había iniciado una relación apasionada con una mujer de cierta edad. Ella parecía esconder cosas y se mostraba excesivamente misteriosa con él, pero era una escuela para el pintor. De alguna manera, sin resultar extraordinariamente atractiva, él bebe la sexualidad por ella, como si un lienzo en blanco se ofreciera delante de sus ojos y de sus manos. Los encuentros furtivos se sucedieron. Ella tenía dinero y él, como buen artista, ni un céntimo. La mirada de ella es fascinante, penetra en el pintor como si fuera una obra realizada con el color del cielo y la pasión de la tierra. Se abandonan en los brazos del otro porque, de alguna manera, intuyen que es el mejor lugar del mundo. ¿Quién más podría haber asesinado a la mujer? Sólo hay un sospechoso. Y la policía hará lo que sea necesario para que lo confiese.

Joseph Losey deseó encerrar este misterio dentro de dos únicos escenarios, como si fuera una obra de teatro en sendos actos, para aclarar este misterioso asesinato en el que todo apunta al chico, al artista, a ese hombre sin dirección que sólo encontró alguna motivación en los brazos de una mujer arrebatadora. Sin embargo, no deja de ser curioso que un asesino se dé un paseo por en medio de la ciudad y vuelva al lugar del crimen, a sentarse en un sofá mientras escucha alguna mediocre melodía de jazz. Algo no cuadra. Hardy Kruger interpretó al artista, mientras Stanley Baker se hace cargo de ese sabueso que conoce su oficio, que cree que debe investigar en una dirección y que, incluso, le obligan a escarbar en esa misma dirección mientras algo en su instinto se remueve y le dice que no, que no es posible, que sería algo absurdo a pesar de las pruebas, que ese chico sólo fue culpable de agotar su pintura. Si no fuera así, no mantendría frente a viento y marea su inocencia. Y lo hace. Y lo hace porque sabe que el amor estuvo por ahí bien atento y que eso nunca ha sido el motivo de un asesinato. Si es amor, si es verdadero amor, acabará por hablar.


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