En el negocio de la
impresión es normal pasarse los días haciendo pruebas y corrigiendo. El señor
Caunes es dueño de una imprenta y las cosas están llegando al límite. Debe
hacer unas cuantas correcciones en su vida porque hay algo que está saliendo
rematadamente mal. Su mujer le hace la vida imposible. Nunca está satisfecha
con nada a pesar de que no le falta ni una joya en el dedo. Más vale destrozar
las pruebas y asegurarse de que el crimen perfecto existe. Sin que podamos
darnos cuenta, el señor Caunes decide asesinar a su esposa. Ni siquiera podemos
verlo. Sólo se nos cuenta. La policía comienza a hacer preguntas y el señor
Caunes parece como que está disfrutando con el juego del gato y el ratón, sólo
que, a lo mejor, él no es el ratón. Aparte de eso, está esa chica que ejerce
como secretaria de su imprenta, la señorita Rose. Espectacular. Es una de esas
mujeres que no se olvidan. Y siente cierta simpatía por el señor Caunes que,
por si fuera poco, no se le escapa a la policía. Todo apunta hacia el viejo
impresor. Sólo que no hay ni una sola pista para inculparlo. Es como si hubiera
borrado cualquier defecto en su obra maestra. Su sonrisa socarrona, su aire de
seguridad…es algo muy misterioso. La presión no le afecta ni lo más mínimo. Es
un viejo canalla que sabe muy bien por dónde pisa, aunque sean arenas
movedizas…o, más bien, tintas delebles.
El caso es que el señor
Caunes tiene en jaque a la policía. Se le sigue y no hace nada malo. Se le
interroga y no dice ni una sola palabra de más. Poco a poco se va construyendo
una trama imposible de conspiración para que el señor Caunes confiese de una
vez. Sin embargo, es tan frío que no se le puede sacar nada. Es como una de
esas letras que coloca en los carriles de impresión. Puede que esté manchada y
ennegrecida, pero sigue imprimiendo como si no pasara nada. El señor Caunes es
un canalla. El señor Caunes es culpable. A ver quién es el listo que es capaz
de demostrarlo.
Gerard Jourd´hui adapta
la novela de Fredric Brown Su nombre era
muerte de una forma muy fidedigna para mostrar a un fantástico Michel
Serrault en la piel del señor Caunes, un hombre que piensa en sus impresiones
con total meticulosidad, al igual que sus asesinatos. En el papel de su
secretaria, una impresionante Anna Galiena en uno de sus mejores papeles
mientras, de alguna manera, el público se pone de parte del asesino porque ha
matado bien a una persona mala, no ha dejado pistas para los buenos, y, además,
se ríe de todo cuanto le rodea detrás de un rostro de serena inteligencia y de
una paciencia fuera de lo normal. Así eran los viejos canallas que no hacían
más que canalladas. Ahora la policía es incapaz de comprender esa aparente
impasibilidad para todo mientras todos los crímenes ocurren fuera de campo. Ni
siquiera el espectador tiene pruebas. ¿No es maravilloso?
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