A veces, el pasado está
ahí, quieto, sin moverse, latente, pero dormido, esperando la oportunidad para
presentarse de nuevo y arruinar todo lo que se puede haber construido en el
presente. Es peligroso porque odia ser descubierto. Si alguien lo hace,
regresará con toda su furia y destrozará a la persona que lo posee y causará
una conmoción en todas las que están alrededor. El pasado suele ser una fiera a
la que más vale dejar tranquila. Y, sin embargo, la vida, esa gran traidora, se
esfuerza por hacerlo aparecer. La felicidad, pobre, muy pobre, huirá sin
remedio. Y la soledad se convertirá en la única salida.
La señorita Madrigal es
una mujer que no habla de referencias para convertirse en la institutriz de una
niña malcriada, rebelde y terriblemente agresiva. Sólo aplica el sentido común
y una asombrosa tranquilidad. No obstante, no habla de referencias. Sólo dice
que estuvo en una casa anteriormente durante unos cuantos años. En su mirada
hay mucha sabiduría porque sabe cómo tratar a esa adolescente a la que vendrían
bien unos cuantos azotes. La señorita Madrigal sabe perfectamente cuál es su
sitio. Y no se moverá ni un centímetro de él a no ser que el pasado venga a
llamar de nuevo a la puerta. Y no sólo eso. Es una mujer que no sólo sabe tratar
adecuadamente, aguantando alguna que otra humillación sin mover ni un músculo,
a esa joven sin conciencia (o, tal vez, con demasiada conciencia). También es
una psicóloga con la gente mayor. Sabe cuáles son sus puntos débiles y trata de
fortalecerlos. Al fin y al cabo, es lo que ella ha hecho consigo misma durante
toda su vida.
Deborah Kerr destaca en esta película porque realiza una interpretación sutil, haciendo que, en cada plano, transmita mucho más de lo que lo hace el simple diálogo. En sus miradas hay mensajes completos. En sus temores, hay deseos de lo oculto. En sus realidades, hay ganas de hallar una redención que desea por encima de todo. Los acontecimientos se precipitarán porque sirve en una casa de gente muy acomodada y los invitados son muy variados y muy frecuentes. La rabia con el motivo por el cual tiene que dejarlo todo, salta a borbotones porque es difícil afrontar ese pasado que ella se empeña en esconder, aunque camina con él para poder olvidarlo. A su lado, John Mills, el administrador de todo que no tiene nada. Todo lo que quiere le roza a cada momento, pero no puede asirlo. En él, hay una especie de sabiduría de la decepción, un saber mirar que apoya a la institutriz y comprende que hay cosas que es mejor no remover. Hayley Mills, como la odiosa niña, resulta perfecta, porque despierta la aversión allí por donde va y porque utiliza sus dotes angelicales para los peores propósitos. Elizabeth Sellars es la madre. Y Edith Evans es la abuela. Todo un rompecabezas que debe unir la señorita Madrigal desde su experiencia de nada, desde su limbo de injusticia, desde su frustración ahogada hace mucho tiempo. La dirección de Ronald Neame, sobria, ajustada y eminentemente teatral, hace el resto.
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