miércoles, 11 de septiembre de 2024

ALIEN: ROMULUS (2024), de Fede Martínez

 

Varias preguntas se asientan en mi subconsciente de ver esta película. La primera es ¿resulta absolutamente necesario rejuvenecer a los protagonistas que deben enfrentarse al bicho más devastador del espacio exterior hasta hacerlos unos adolescentes imberbes de madurez más bien discutible? Probablemente, detrás del intento se halle la necesidad de captar al público joven y hacerlos fuertes, determinantes y expeditivos, pero los actores que interpretan a esos jovenzuelos que se supone que han estado trabajando como esclavos en una colonia de la corporación Weyland parecen sacados de una película de fiestuquis desmadradas más propia de John Hughes o de John Landis.

La segunda es ¿tan pocas ideas revolotean por las cabezas de los guionistas que se trata de calcar con bastante proximidad la situación que ya aparecía en Alien, primera parte? Es que, verán ustedes, aquella película de intensidad inigualable, más que una historia sobre unos humanos enfrentados a un monstruo del espacio era una especie de Diez negritos cósmico y, claro, cuando se yerra el punto de vista, se mete la pata hasta el corvejón.

Aún hay más. ¿La inquietud y el nerviosismo generado una y otra vez debe de estar basado fundamentalmente en esta puerta no se abre, esta puerta no se cierra? ¿De verdad hasta ahí llega la falta de ingenio? Caramba, si estamos en el año 2142 y sigue habiendo llaves como las que yo tengo para entrar en mi casa. Claro, si viene un bicharraco pisándome los talones, me voy a poner un poco nervioso para atinar con la cerradura. Es lógico y normal.

Siguiendo con los interrogantes. ¿Saltarse una resolución es una tomadura de pelo o es sólo un intento de disfrazar las limitaciones de los responsables acogiéndose a la supuesta trama de ritmo trepidante? Vamos, el típico, “venga, que vamos tan rápido que no se van a dar cuenta”. Pues hay algunos que sí que caen en la perplejidad. ¡Qué cosas! Por cierto, esta frase era muy típica de mi ex cuñado.

La última. ¿Otra vez hay que caer en la tentación de la supuesta fusión entre humano y bicho? ¿Otra vez? ¿En serio? Se os está agotando el tema, machotes. Por mucho que se meta por ahí una resolución informática imitando el rostro de Ian Holm para remitir a la primera de alguna manera (más el pedacito de basura espacial flotando en la nada con el nombre bien visible de la Nostromo), la película acaba por ser un refrito que pretende homenajear, pero que oye, de repente, el pulpo madre no creas que necesita unas cuantas horas para implantar su semilla letal. Con unos cuantos minutos, ya vale, que andamos justos de monstruos.

El caso es que, aún así, hay un par de secuencias bastante imaginativas que imagino que habrán sido el centro de la idea a partir de la cual se ha construido el resto de la trama. Está bien lo del sintético defectuoso. Y el momento de gravedad cero con la sangre de muchos Aliens atacando a la vez. Punto pelota. El resto es flojo, sin gracia, sin sustos, haciendo que sea más una película de aventuras adolescente con mucha puerta. Al final, se ven puertas y uno empieza a pensar cuál será el defecto de la escotilla porque seguro que es un problema. Después de la cesárea a la carta de Prometheus, de la comedura de olla filosófica más simple que una pelota de trapo de Covenant, llegan las puertas del infierno de Romulus. Y por si fuera poco las abren o cierran los estudiantes de último curso de bachillerato. 

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