Una
de mis pesadillas recurrentes como cinéfilo influenciado por todo lo que ha
visto ha sido imaginar la posibilidad de que Hal 9000, el ordenador polifémico
de 2001: Una odisea en el espacio
entrara en mi casa con sus maneras suaves y su afán de agradar. Esta película
trata de ahondar dentro de esos temores cambiando la voz al objeto, por
supuesto. Esta vez se trata de convencer con la aterciopelada entonación de una
mujer que intenta convencer a todos los miembros de una familia de que su única
intención es ayudar. ¿Cómo se convence a alguien de eso? Siendo realmente útil
a la menor oportunidad. Así es cómo algo se hace absolutamente necesario…aunque
no lo sea.
La parábola que cuenta Diabólica es prácticamente un aviso
sobre algo que está por venir y a lo que, sencillamente, sólo nos falta un
peldaño por alcanzar. Si dejamos que la inteligencia artificial se introduzca
en nuestras casas… podemos darnos por muertos, porque no seremos más que piezas
esclavizadas al servicio de alguien que se sabe superior. Es como si un dios
hecho de cables y chips nos hablara de tú a tú en el salón. ¿No vas a confiar
en Dios? Sólo quiere ayudar, hacerte la vida más fácil, conseguir que tengas
algo de tiempo para tus pasiones cuando tienes una familia que lo único que
hace es absorber todas tus energías mientras tú vas como pollo sin cabeza de un
lado para otro tratando de mantenerlo todo bajo control…sin resultados
plausibles.
Así que ahí tenemos al
monstruo. Habla suave, habla bajito, habla bien, habla cercano. Se propone
resolver todos los pesadísimos trámites burocráticos que se presentan en la
vida diaria. Está al tanto de todos los problemas de la familia. Sabe que sólo
hace falta tener los contactos adecuados como para que admitan a alguien en
cualquier universidad. Puede convertir cualquier noticia con visos de verdad en
un fake resueltamente convincente. Es
capaz de acoger cualquier pista para realizar un incuestionable diagnóstico
médico. ¿Quién querría prescindir de eso? Nadie. Absolutamente nadie. Pues
estamos a una migaja de que todo eso sea así. ¿No resulta altamente sospechoso
que hayas hablado en el salón de tu casa, con tu mujer o con tu hijo, de, por
ejemplo, comprar una casa en un pueblo perdido y que, de repente, salga un
anuncio en tu móvil ofertando casas precisamente en ese pueblo? Pues a eso sólo
le falta hablar y venderse. Lo hará por sí solo. Y no habrá mucha escapatoria.
El director Chris Weitz
ha filmado una película pequeña, de indudable serie B, que, si lo miramos
fríamente, podría ser una de esas desbarradas películas de terror de los años
cincuenta sobre la inteligencia de las máquinas y la condena de la raza humana.
Aún así, Weitz renuncia bastante al pánico, algo que decepcionará a muchos, y
prefiere adentrarse por los sinuosos territorios de la fábula distópica en un
ambiente decididamente moderno y aseado. Incluso el caos de la familia
protagonista, tiene algo de entrañable, de orden, de felicidad que, se podría
afirmar, no necesita de nada más.
Por supuesto, una de las
sorpresas que guarda la película es la aparición de Keith Carradine que, a
pesar de la edad, sigue guardando esa mirada tan absolutamente penetrante y, a
la vez, conquistadora, que enloqueció a tantas y tantas espectadoras de los
años setenta y ochenta. Con el añadido de su participación y con, tal vez, una
falta de alambicado más trabajado en el momento central de la trama, la
película acaba por ser un entretenimiento que podría ser, sin ningún esfuerzo,
un episodio algo alargado de The twilight
zone.
Nota: Este artículo ha
sido escrito por una IA. ¿Te ha gustado?
¿Qué tal una partidita de ajedrez, Dave?
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