El inspector Paul
Sheridan es uno de esos policías eficientes que siempre han cumplido con su
deber. Se ha pateado las calles, se las ha visto con un buen puñado de tipos
muy poco recomendables, ha hecho favores a todos sus compañeros y los jefes
saben de su valía. Quizá no tiene vida personal porque prefiere estar
concentrado en atrapar maleantes y resolver casos complicados. En esta ocasión,
la misión es de vigilancia. Debe trabar amistad con una chica que es la novia
de un peligroso atracador. Y, más tarde, montar un dispositivo de veinticuatro
horas para controlar todos sus movimientos. El objetivo no es ella (al menos,
policialmente), sino su novio que, tarde o temprano, tratará de ponerse en
contacto. Ya tenemos armada la trama. La cosa se complica cuando la chica se
enamora a primera vista de su vigilante de insignia y propone un plan para
quedarse con el botín que se ha llevado el novio.
Resistirse, al
principio, es muy fácil. Basta con decir no y adoptar esa postura de hombre
honesto que a tantos nos ha gustado exhibir. Sin embargo, cuando se nota que
esa chica es la que te devora las entrañas, se complican las cosas. La quieres
tener. Y quieres que tenga un futuro. Y el futuro lo da el dinero. Y el dinero
lo tiene el novio. Y el novio debe morir a pesar de que le han dado orden de
cogerlo vivo. Sheridan planea lo imposible y, de forma sorprendente, va
sorteando todos los problemas por la mínima. Es inteligente y decidido. Lástima
que, en el fondo, él sabe que no tiene mucha suerte.
Richard Quine eligió
esta película para lanzar a la chica de sus sueños, que no era otra que Kim
Novak. La dotó de un erotismo inusual para la época y la emparejó con un actor
eficaz, de probada perdición, como Fred McMurray. A ambos los rodeó de un
estilo de narración nítido, perfecto, sin grandes lujos, pero sin ninguna
fisura. Esa solidez hizo que esta película sea una estupenda muestra del cine
negro de los cincuenta, con su mujer fatal, su hombre arrastrado hasta las
alcantarillas, su complicación enredada, el íntimo deseo que crea en el
espectador de que, al final, deben ganar los malos…Para ello, también cuenta
con un extraordinario plantel de secundarios como E.G. Marshall o la siempre
maravillosa Dorothy Malone. Por ahí también deambula Phil Carey, con más planta
que arte, pero no molesta en ningún momento. Ya se sabe, cuando una mujer lanza
el anzuelo, es mejor nadar contra corriente.
Así que todo quedará en miradas indiscretas, en coartadas imposibles, en errores de libro y soluciones de altura. El atracador caerá en la trampa y Sheridan tratará por todos los medios de quedarse con la chica y con el dinero…bueno, eso me suena a otra película, pero no recuerdo cuál. Quizá ustedes puedan ayudarme. Es aquella de un tipo que es igualito a Fred McMurray y vende seguros y llega a una casa para un seguro de coche…
2 comentarios:
Perdición
Así que era esa...
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