Una
de esas cosas locas que han pasado en la Historia fue esa obsesión por ganar la
carrera espacial que emprendieron los Estados Unidos a raíz de un discurso de
John Kennedy. Era un paso de gigante para la Humanidad, pero también fue una
cuestión de orgullo nacional. No podía ser que los soviéticos ganaran en la
conquista del espacio. Para ello, eso sí, era necesario contratar los servicios
de una buena publicista que lavara la imagen de la NASA, sobre todo, a raíz del
fracaso trágico del Apolo I. Sin embargo, todo esto no fue la única cosa loca
que ocurrió en aquella década de guerras, magnicidios, turbulencia y naves
surcando las estrellas.
Otra de esas cosas
enloquecidas y raras puede ser el amor. Imagínense. Un director de vuelos
estelares se enamora de la encargada de marketing. Y ella es la típica que
consigue lo que quiere recurriendo a todas las armas habidas y por haber. De
mujer o no. De engaño o de verdad. Ya se sabe, a veces, la verdad es el mejor
engaño. Y de eso se sabe un rato bajo la Administración Nixon. Tal vez un
estudio. Tal vez hubiera sido mejor contratar a Kubrick. Tal vez un miedo
cerval al fracaso…En la Luna puede pasar cualquier cosa. Incluso que, desde
allá arriba, los soviéticos se pongan a reír como si no hubiera un vodka
mañana. Un momento, que me pierdo con la gravedad. Estamos hablando de amor.
Sí, del amor de una chica que es pura belleza, pero que es más escurridiza que
un nido de serpientes en un pozo. Y de un ex piloto de la fuerza aérea que
quiso ser astronauta, pero se quedó en una silla para dirigir a los
astronautas. Fricciones, ficciones…todo vale para conquistar al otro porque, al
fin y al cabo, los dos son más difíciles que un módulo lunar en un satélite. Ya
no sé ni lo que estoy diciendo. Será la noche. Serán los cohetes. Serán sus
ojos…
Existen varias virtudes
en esta película. Una de ellas, sin lugar a dudas, es Scarlett Johansson, que
exhibe belleza, desenfado y talento. La otra es que, durante tres cuartas
partes de la trama, la dirección de Greg Berlanti es versátil, acudiendo a todo
tipo de recursos dramáticos muy efectivos y ágiles para hacer que el conjunto
sea gracioso y ligero. En su contra se hallan las interpretaciones masculinas
de Channing Tatum, menos expresivo que un reloj en su cuenta atrás, de Woody
Harrelson, que se pasa de expresividad, de tuerca y de rosca pudiendo haberle
dado un aire mucho más siniestro y acorde con el tono general de la película, y
ese último cuarto que resulta, cuando menos, bastante poco creíble aunque esto
se perdona bastante, porque, en realidad, la historia es de amor con un fondo
tecnológico-cósmico-político-ingeniero y a la comedia romántica, cuando está
bien llevada, se le perdona todo.
Así que prepárense para despegar y pasar un rato agradable, con una banda sonora extremadamente cuidada e, incluso, sorprendente, con ese Moon river entonado por Aretha Franklin en la encrucijada de un lanzamiento. El resto son sonrisas cómplices, diálogos que destacan por lo ingenioso, la búsqueda incesante de un medio para conseguir lo imposible y unos tipos osados que quisieron llegar más alto y más rápido que nadie. Mientras tanto, fingiremos que esa chica que sonríe y se pasea por la pantalla con modelitos de los años sesenta se ha arreglado para nosotros y que la aventura estará mucho más cerca que unas cuantas estrellas que se han convertido en lejanas a su lado. Es lo que pasa cuando conocemos a un alma que es capaz de hacernos asimilar muchos de sus trucos de seducción comercial y, por el contrario, hemos conseguido impregnarla de un par de rasgos de honestidad que también escasearon en aquellos días de sangre, gasolina y torres de control.
No hay comentarios:
Publicar un comentario