martes, 3 de septiembre de 2024

FLY ME TO THE MOON (2024), de Greg Berlanti

Una de esas cosas locas que han pasado en la Historia fue esa obsesión por ganar la carrera espacial que emprendieron los Estados Unidos a raíz de un discurso de John Kennedy. Era un paso de gigante para la Humanidad, pero también fue una cuestión de orgullo nacional. No podía ser que los soviéticos ganaran en la conquista del espacio. Para ello, eso sí, era necesario contratar los servicios de una buena publicista que lavara la imagen de la NASA, sobre todo, a raíz del fracaso trágico del Apolo I. Sin embargo, todo esto no fue la única cosa loca que ocurrió en aquella década de guerras, magnicidios, turbulencia y naves surcando las estrellas.

Otra de esas cosas enloquecidas y raras puede ser el amor. Imagínense. Un director de vuelos estelares se enamora de la encargada de marketing. Y ella es la típica que consigue lo que quiere recurriendo a todas las armas habidas y por haber. De mujer o no. De engaño o de verdad. Ya se sabe, a veces, la verdad es el mejor engaño. Y de eso se sabe un rato bajo la Administración Nixon. Tal vez un estudio. Tal vez hubiera sido mejor contratar a Kubrick. Tal vez un miedo cerval al fracaso…En la Luna puede pasar cualquier cosa. Incluso que, desde allá arriba, los soviéticos se pongan a reír como si no hubiera un vodka mañana. Un momento, que me pierdo con la gravedad. Estamos hablando de amor. Sí, del amor de una chica que es pura belleza, pero que es más escurridiza que un nido de serpientes en un pozo. Y de un ex piloto de la fuerza aérea que quiso ser astronauta, pero se quedó en una silla para dirigir a los astronautas. Fricciones, ficciones…todo vale para conquistar al otro porque, al fin y al cabo, los dos son más difíciles que un módulo lunar en un satélite. Ya no sé ni lo que estoy diciendo. Será la noche. Serán los cohetes. Serán sus ojos…

Existen varias virtudes en esta película. Una de ellas, sin lugar a dudas, es Scarlett Johansson, que exhibe belleza, desenfado y talento. La otra es que, durante tres cuartas partes de la trama, la dirección de Greg Berlanti es versátil, acudiendo a todo tipo de recursos dramáticos muy efectivos y ágiles para hacer que el conjunto sea gracioso y ligero. En su contra se hallan las interpretaciones masculinas de Channing Tatum, menos expresivo que un reloj en su cuenta atrás, de Woody Harrelson, que se pasa de expresividad, de tuerca y de rosca pudiendo haberle dado un aire mucho más siniestro y acorde con el tono general de la película, y ese último cuarto que resulta, cuando menos, bastante poco creíble aunque esto se perdona bastante, porque, en realidad, la historia es de amor con un fondo tecnológico-cósmico-político-ingeniero y a la comedia romántica, cuando está bien llevada, se le perdona todo.

Así que prepárense para despegar y pasar un rato agradable, con una banda sonora extremadamente cuidada e, incluso, sorprendente, con ese Moon river entonado por Aretha Franklin en la encrucijada de un lanzamiento. El resto son sonrisas cómplices, diálogos que destacan por lo ingenioso, la búsqueda incesante de un medio para conseguir lo imposible y unos tipos osados que quisieron llegar más alto y más rápido que nadie. Mientras tanto, fingiremos que esa chica que sonríe y se pasea por la pantalla con modelitos de los años sesenta se ha arreglado para nosotros y que la aventura estará mucho más cerca que unas cuantas estrellas que se han convertido en lejanas a su lado. Es lo que pasa cuando conocemos a un alma que es capaz de hacernos asimilar muchos de sus trucos de seducción comercial y, por el contrario, hemos conseguido impregnarla de un par de rasgos de honestidad que también escasearon en aquellos días de sangre, gasolina y torres de control.

 

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