miércoles, 4 de septiembre de 2024

TWISTERS (2024), de Lee Isaac Chung

 

Los tornados son esa fuerza de la Naturaleza imprevisible que, cuando tocan tierra, destruyen todo a su paso sin ninguna compasión. El viento es tan fuerte que hace volar todo, se traga todo y arrasa con todo. Siempre se ha sabido poco de este fenómeno y sólo aquellos que quieren estar realmente comprometidos son capaces de intentar algo para paliar sus efectos, para tener alguna posibilidad de previsión o, simplemente, para ayudar a la gente. Y ese es un punto central. En muchas ocasiones, se olvida de esto último y sólo es una de esas cosas bastante inexplicables que se convierten en fuente de adrenalina y que, como siempre, están emponzoñadas del negocio que, tan a menudo, algunos quieren sacar con la ventaja de los ceros.

Una mujer que parece estar hecha de viento decide luchar contra ellos. Ha luchado y ha perdido con un tornado enfrente. Y, de forma traumática, se ha recluido en un rincón que ha paralizado su tremenda intuición en la dirección y formación de esos dedos de Dios tan bellos y, a la vez, tan desoladores. No es capaz de asumir que su fracaso costó la vida a unos cuantos amigos y, cuando se presenta la oportunidad, sigue manteniendo ese instinto tan peculiar, pero no es fácil para ella acercarse lo suficiente como para extraer suficiente información de los tornados. Entre medias, habrá competidores que harán lo imposible por conquistarla, se dará cuenta de que trabaja para intereses inmobiliarios de dudosa ética, volverá a sentir la necesidad de ayudar a los más desfavorecidos y se meterá en el mismo ojo de uno de ellos para probar un método que los volatiliza.

Es inevitable retrotraerse a aquella Twister que dirigió Jan de Bont en los años noventa basándose en un relato de Michael Crichton cuando se trata de hablar de esta película. Cambia mucho el relato original. Se prescinde de la trama de la ruptura sentimental, se infantilizan un tanto algunos personajes, se unen los destinos de otros y se pone una buena atención en los gráficos para simular la aparición de los tornados destructores. El resultado es una película veraniega, que se deja ver con algunas escenas de tensión bien resuelta y que tiene la cara y la cruz en el apartado interpretativo. Daisy Edgar-Jones llama la atención porque otorga hondura dramática a su personaje con ganas y, en algunos momentos, llega al brillo. En el lado contrario, Glen Powell es incapaz de dejar de sonreír, tal vez llevado por su afán de agradar a pesar de que su papel resulta bastante rechazable, incluso en las escenas más trágicas. Si obviamos este detalle, la película se deja ver, se pasa un rato entretenido y se disfruta con algún que otro disparate en esta lucha desigual del David humano contra el Goliath ventoso.

Y es que esta mujer hecha de viento llora, ríe, resulta irreprochablemente atractiva, es aventurera y, a la vez, está hecha de miedos porque, al fin y al cabo, ya se sabe que el éxito está jalonado con los peldaños del fracaso. La tecnología, por supuesto, ha avanzado hasta límites insospechados y los rudimentarios intentos de la primera versión quedan un tanto empalidecidos por los modernos métodos de hoy en día. Resulta algo atrevido decir que esta es una segunda versión de la película de Jan de Bont, aunque en la producción siga estando Steven Spielberg, porque se parece bastante poco, siendo evidente que se inspira en ella en un par de guiños como la máquina Dorothy, la aparición del competidor que pasa a ser un influencer que acaba por ser muy competente y que el personaje del periodista, que parece fundamental, se queda en apenas nada. No pasa nada. Vayan al cine, refrésquense, mucho relax con la cara al viento y pasarán un rato de aprobado justito y de entretenimiento de cierto interés. Nada más y nada menos a cuarenta grados.

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