Cuando
el destino no se burla, exige un peaje. El corazón rebusca entre los últimos
restos de lo que más se ha amado y el silencio pasa de ser un lugar acogedor a
un rincón insoportable. No es posible quedarse con los brazos cruzados cuando
las huellas se borran. Hay que ir tras ellas, ganárselas, demostrar que el
camino correcto era el origen, hacer examen de conciencia y jugársela hasta el
final. Y la razón es tan antigua como vivir. Sólo el amor justifica un disparo
en el pecho. El cariño, al fin y al cabo, es la única herencia que,
verdaderamente, se puede legar.
Así que todo desaparece
y una madre decide que no puede conformarse. La vida ha sido demasiado dura
como para rendirse y decir adiós al único recuerdo. Y, por amor, el padre
también va. Aún a sabiendas de que todo se va a quebrar en mil pedazos y que
luego será a él a quien le toque recomponer los pedazos. Será un testimonio más
de todo lo que ha querido y de todo lo que ha callado. Y, de paso, demostrará que
los hombres de verdad no crecen en el páramo.
Thomas Bezucha articula
esta película de búsquedas y rescates que podría haber estado firmada por Clint
Eastwood porque, en ella, hay un buen puñado de sus constantes. Las relaciones
entre padres e hijos, el sacrificio en el que todo queda atrás, la redención,
el encuentro, la herida imposible de cerrar y, por último, el fuego de la
venganza que todo lo arrasa. Para ello, cuenta con un torbellino de
sentimientos llenos de voluntad y de impulso llamado Diane Lane y con la
extraordinaria interpretación de Kevin Costner, cuyo rostro, repleto de
arrugas, parece capaz de contener la lluvia de dos días. Él, con un solo gesto,
una sola mirada, una sola inclinación de cabeza expresa todo lo que siente su
impresionante personaje. Y, en el fondo, todos vamos con él hasta el final
porque lo entendemos, lo secundamos y lo acompañamos en cada una de las
estaciones de su complejo viaje sentimental para decir, una vez más, algo tan
sencillo como un “te quiero” sin
condiciones. Allí, en medio del páramo, donde sólo se oye el ruido del viento y
resuenan las carcajadas de ironía y desprecio, habrá un tiroteo más, una
valentía más, una razón más y un sentimiento menos. Ése será el peaje. Y el
destino, a regañadientes, dejará que las cosas encajen como siempre debieron
estar.
Por el camino, la presencia de Costner domina la escena con absoluta precisión, dando profundidad y sentido a ese viejo policía jubilado que conoce a la gente más que a sus caballos. Esos mismos a los que tuvo que matar cuando fue necesario. Sabe que el amor de una madre es más grande que cualquier otra cosa y que los abuelos, aunque desbordantes de su propio amor, sólo pueden llegar hasta determinado punto. Con una mirada, George Blackledge, su personaje, manda, piensa, razona, siente, pierde y también gana. La vida no le ha regalado nada y lleva el frío calado en los huesos, como una íntima sensación de que no habrá más viajes, ni más oportunidades. Hay que librar la batalla definitiva aunque la sangre ya corra por sus manos. La noche será su aliada. E, incluso, después de que todo acabe seguirá queriendo ese susurro en el oído para tener la seguridad de que el tránsito de una orilla a otra será agradable. Las lágrimas serán testigos. Las balas, también. Y, en algún lugar del medio Oeste, donde sólo sopla el viento con fuerza y el cielo está lleno de sol y de gris, habrá una mirada a través de la ventana que le recordará con la fuerza y el amor que muy pocos merecen.
2 comentarios:
Con cada arruga Kevin Costner mejora como actor. Y por qué lo asocio cada vez más a Gary Cooper?
Siempre ha sido un poco Gary Cooper. Sin embargo, en esta ocasión, me parece especialmente brillante porque, con una mirada, con un gesto, da a entender muchísimas cosas. Da gusto ver a un actor utilizando la sabiduría de los años.
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