Pues esa es la gran
pregunta. ¿Qué pasa con ese individuo que así, de improviso, se presenta en
medio de las vacaciones de su psiquiatra? No tiene medida, ni comparación, ni
nada de nada. Es un intruso inaguantable. Y, sin embargo, el psiquiatra tiene
que derrochar toneladas de paciencia para que Bob se sienta un poco mejor. Pero
es que el maldito se siente mejor allí, en la cabaña donde el médico se está
relajando con su familia. Y para colmo de males, a su hijo le hace gracia. De
locos. Y nunca mejor dicho.
Y es que aquí se
contraponen dos formas de vivir muy diferentes. Por un lado, el psiquiatra es
ese típico producto urbanita traído directamente desde la franja de los
triunfadores neoyorquinos. Acaba de publicar un libro de enorme éxito y espera
también que, en esos días de vacaciones, la gente de la televisión aparezca por
allí para hacerle un reportaje. El problema es que el libro también habla sobre
la forma de tratar a los pacientes y Bob anda por allí metiendo las narices en
todo. ¿Por qué? Porque Bob tiene un desorden mental que parece un trastero y
una de sus fobias más insalvables era que no podía dejar su apartamento. Y para
superarlo se ha ido allí, donde el psiquiatra y su familia están de vacaciones.
Por los clavos de Freud.
Todos los planes del
psiquiatra se vienen abajo. Iba a aprovechar ese mes de vacaciones para
demostrar a su esposa cuánto la quería y a dejar bien claro que era un padre
excelente. Y Bob es uno más de la familia según van pasando los días. Y es más
pesado que una vaca en brazos. Al final, Bob va a salir mejorado y el
psiquiatra mucho más enfermo. Va a ser imposible abandonarse al solaz y al
sosiego a las orillas de un precioso lago. Todo se va a convertir en un
repertorio de neurosis y paranoia que haría las delicias de un esquizofrénico.
Eso… ¿qué pasa con Bob?
Demasiado desconocida y
tremendamente divertida es esta película de Frank Oz con unas interpretaciones
maravillosas, precisas y contenidamente desenfrenadas de Bill Murray y Richard
Dreyfuss. Con la elegancia habitual de su puesta en escena, Oz articula el
viejo cuento del pesado que se hace adorable con situaciones de auténtica
gracia, con momentos de carcajada y con la desesperación por delante. Las
vacaciones convertidas en pesadilla por parte de un personaje que, en el fondo,
se deja querer resultan ingeniosas, llenas de perplejidad por algo que,
simplemente, no puede ocurrir, pero pasa y viendo cómo, paulatinamente, se van
derrumbando todos los planes que se pueden realizar desde el pedestal del
éxito.
Así que mucho cuidado con abrir la puerta al próximo que llame al timbre. Puede que no haya marcha atrás y ese tipo no se vaya ni con aguarrás. Presten especial atención si, además, hay algún compromiso que puede influir en la vida profesional porque este tipo hará lo que sea con tal de compartir plano en el sofá y juegos en el embarcadero. Y no se podrán creer todo lo que va a ocurrir. Más vale ir a por las notas, sentarse con calma y someterle a tratamiento. Total, tampoco se va a ir…
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