martes, 15 de marzo de 2022

¿QUÉ PASA CON BOB? (1991), de Frank Oz

 

Pues esa es la gran pregunta. ¿Qué pasa con ese individuo que así, de improviso, se presenta en medio de las vacaciones de su psiquiatra? No tiene medida, ni comparación, ni nada de nada. Es un intruso inaguantable. Y, sin embargo, el psiquiatra tiene que derrochar toneladas de paciencia para que Bob se sienta un poco mejor. Pero es que el maldito se siente mejor allí, en la cabaña donde el médico se está relajando con su familia. Y para colmo de males, a su hijo le hace gracia. De locos. Y nunca mejor dicho.

Y es que aquí se contraponen dos formas de vivir muy diferentes. Por un lado, el psiquiatra es ese típico producto urbanita traído directamente desde la franja de los triunfadores neoyorquinos. Acaba de publicar un libro de enorme éxito y espera también que, en esos días de vacaciones, la gente de la televisión aparezca por allí para hacerle un reportaje. El problema es que el libro también habla sobre la forma de tratar a los pacientes y Bob anda por allí metiendo las narices en todo. ¿Por qué? Porque Bob tiene un desorden mental que parece un trastero y una de sus fobias más insalvables era que no podía dejar su apartamento. Y para superarlo se ha ido allí, donde el psiquiatra y su familia están de vacaciones. Por los clavos de Freud.

Todos los planes del psiquiatra se vienen abajo. Iba a aprovechar ese mes de vacaciones para demostrar a su esposa cuánto la quería y a dejar bien claro que era un padre excelente. Y Bob es uno más de la familia según van pasando los días. Y es más pesado que una vaca en brazos. Al final, Bob va a salir mejorado y el psiquiatra mucho más enfermo. Va a ser imposible abandonarse al solaz y al sosiego a las orillas de un precioso lago. Todo se va a convertir en un repertorio de neurosis y paranoia que haría las delicias de un esquizofrénico. Eso… ¿qué pasa con Bob?

Demasiado desconocida y tremendamente divertida es esta película de Frank Oz con unas interpretaciones maravillosas, precisas y contenidamente desenfrenadas de Bill Murray y Richard Dreyfuss. Con la elegancia habitual de su puesta en escena, Oz articula el viejo cuento del pesado que se hace adorable con situaciones de auténtica gracia, con momentos de carcajada y con la desesperación por delante. Las vacaciones convertidas en pesadilla por parte de un personaje que, en el fondo, se deja querer resultan ingeniosas, llenas de perplejidad por algo que, simplemente, no puede ocurrir, pero pasa y viendo cómo, paulatinamente, se van derrumbando todos los planes que se pueden realizar desde el pedestal del éxito.

Así que mucho cuidado con abrir la puerta al próximo que llame al timbre. Puede que no haya marcha atrás y ese tipo no se vaya ni con aguarrás. Presten especial atención si, además, hay algún compromiso que puede influir en la vida profesional porque este tipo hará lo que sea con tal de compartir plano en el sofá y juegos en el embarcadero. Y no se podrán creer todo lo que va a ocurrir. Más vale ir a por las notas, sentarse con calma y someterle a tratamiento. Total, tampoco se va a ir…

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