Eddie está dispuesto a
cualquier cosa con tal de no volver a la cárcel. Ya quedan muy pocas
oportunidades y, quizá, no ha hecho realidad ninguno de sus sueños. Tal vez ha
sido por culpa de las amistades que ha frecuentado, o de los trabajos que ha
realizado, o de la maldita suerte que siempre se escapa por las rendijas de
algún error. Da igual. Eddie Coyle ya ha estado detrás de demasiadas copas,
demasiadas juergas, demasiadas aventuras y muchas de ellas no han terminado muy
bien. Llega a un trato con los federales. Va a pasar información con tal de no
volver a estar entre rejas. Sin embargo, hay otro problema. Parece ser que
alguien más está jugando a lo mismo que él. Y eso no le interesa a Eddie por
varias razones. Es posible que quede al descubierto. Es posible que los
federales queden más contentos con ese otro que está vendiendo información. Es
posible que sea un juego para despistar a los del FBI e intente desbaratar la
confidencia que él está pasando. Va a haber que actuar, Eddie. Y ese es un
terreno que no se te da nada bien.
Eddie es un
especialista en conseguir armas y va a tratar de delatar a sus propios
clientes. No va a ser bueno para el negocio, pero, francamente, le da igual. Eddie
no es demasiado simpático, pero el destino no va a ser indulgente con él y
quizá no lo merezca. Perder dos veces es muy duro y más en una profesión en la
que siempre dependes del dinero y del gatillo. El otoño en Boston es inclemente
y no cabe duda de que Eddie se rodea de gente bastante desviada, manipuladora,
egoísta y engañosa. Con cada uno de los amigos con los que trata tendrá que
adivinar sus segundas intenciones. No hay honor entre ladrones y eso Eddie lo
tiene muy claro. Aunque sólo quede tristeza en sus decisiones.
Robert Mitchum realiza
uno de sus mejores trabajos en la piel de ese desencantado traficante de armas
llamado Eddie Coyle que trata de agarrarse a los últimos clavos que le quedan
para no despeñarse. La atmósfera de la película dirigida por Peter Yates es
gris, fría, aplastante y no exenta de melancolía. Sin embargo, resulta
apasionante el último intento del personaje principal, tratando de hacer que la
vida le olvide cuando, todo el mundo lo sabe, eso es prácticamente imposible.
Así que si uno quiere
amigos de verdad, lo mejor será comprarse un perro. En el fondo, ese confidente
llamado Eddie Coyle tiene más miedo que el resto de individuos que caminan
justo en el borde del abismo. Y hará todo lo posible para no vivir con temor.
La fiesta se acabó para él. Eddie, en realidad, no tiene amigos. Lo sabe porque
podrá ser un perdedor, pero está lejos de ser un estúpido. Sólo hace lo que
ellos esperan que haga. Por una vez, no va a ser así. Va a ser difícil. Casi
imposible. Quizá sea demasiado tarde para empezar de nuevo, pero es hora de
dejar el vértice del negocio para que otros se lleven la mejor parte. Esta vez,
la recompensa puede huir y habrá que luchar mucho para seguir vivo. El final se
aproxima.
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